mercredi 25 février 2009

SERIE: NUEVAS NARRADORAS ECUATORIANAS 1


Adriana Landívar, Quito 1965


Egresada de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad
Católica del Ecuador. Ha participado en los talleres literarios
coordinados por Jennie Carrasco Molina y Diego Velasco Andrade
en la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Tiene un libro de cuentos inédito: Mirada Intrusa,
para la colección Taller de la CCE.


CÓPULA

Por Adriana Landívar

Imagen: Salto binario de Pedro Herrera Ordónez


Los dedos manipulaban incansables el papel, hasta manchar las manos de color púrpura, en un silencio imperturbable, mientras iban tomando forma los pétalos de las flores que luego serían hermosas coronas, pompones o cintas encadenadas. La bombilla volvía a Rosa algo ictérica, aquella noche perlada por la luna.

Sin prerrogativas él pasaría frente a su portal, impoluto, cerrados los ojos y la boca, siguiendo la misma ruta de peregrinación del pueblo, que bordeaba el carretero por las dos orillas. A ratos las luces de los vehículos iluminaban la superficie negra del asfalto, y desaparecían veloces por la vía, dejando entre las sombras el destello de unos ojos curiosos.

Rosa goteaba agua de río por la punta de los cabellos, mojándose los hombros descubiertos, vestida de domingo el miércoles de difuntos. Lo vio venir desde lejos, gracias al tenue reflejo de las velas, entonces aceleró el ritmo, apresuró la unión de las cadenas, no quería tener trabajo pendiente para cuando él estuviera frente a su casa. De repente se puso torpe, perdió de vista el lugar de las coronas y la que tenía en las manos resbaló hacia el suelo polvoriento. El pasó, acompañado de pocos, con destino al cementerio.

Rosa palpó el bolsillo de su falda, la vela con el pabilo virgen aún reposaba en el fondo. Dejó entonces el negocio encargado a su hermano y subió al bordillo de la carretera, confundiéndose con la gente que iba al mismo lugar, con la misma vela, buscando una tumba.

La ladera de la pequeña elevación donde se encontraba el cementerio, era un solo cabo encendido. Cientos de cirios flameaban esa noche, endulzando las lápidas, como si fueran niñas abandonadas. Las coronas caían sobre los nombres cincelados en la piedra, las mismas que Rosa fabricaba con las manos curtidas de tintura.

Al llegar a la puerta del panteón, las pequeñas flamas copaban el horizonte y él había desaparecido entre la gente y las velas. Luego de una corta búsqueda lo halló, estaba solo, quieto… como si la esperase. Retiró entonces el lienzo que lo cubría y sin perder tiempo estuvo sobre él; forzando los labios inertes con un beso desesperado, mientras las manos hábiles desabotonaban la camisa. Desnuda, Rosa lloraba sobre el cuerpo rígido, con los dedos crispados en una caricia desgarrada, entibiando la piel fría de Clemente.

La cerilla guardada en la falda ahora se consumía, velando la cópula de la hembra que buscaba robar vida, a la conjura de la muerte.


1 commentaire:

LA.KBZUHELA a dit…

ES SIEMPRE MUY GRATO LEER A ADRIANA. TEXTOS HONESTOS QUE NARRAN HISTORIAS PRECISAS SIN ADORNOS EXAGERADOS QUE PIERDAN EL VALOR DE ELLOS. UNA FUERZA EXPRESIVA QUE SIN DUDA SE SIENTE EN CADA PARRAFO. ESTARE AL PENDIENTE DE LA PUBLICACION DEL LIBRO, LIBRO TAN ESPERADO POR SUS LECTORES.
UN ABRAZO ADRI ADELANTE.

JOHA