lundi 18 février 2008

SERIE NUEVA POESÍA ECUATORIANA




K- Oz Editorial
y
Palabra Imagen Ediciones**


PRESENTAN


BUSCANDO DUEÑO *
poemas de Valery Rosero


Por Diego Velasco Andrade



Si la realidad es todo lo que podemos imaginar, entonces la realidad se verifica en nuestros sueños, en "el arte de ensoñar". Es de esa otra realidad sin dueño, de aquella realidad desordenada en finas capas cotidianas como en las de una modesta cebolla en la mesa del pobre, de la cual Valery Rosero* nos habla y escribe; de aquella realidad no vista con los ojos, sí con el corazón, o como dice el autor con el CORAZÓN LLENO DE ESPERMA...

***

Noviembre 2007, un personaje con aires a lo Paul Valery, aquel refinado poeta francés del Cementerio Marino, llega una tarde al café Amazonas, reducto de jóvenes bohemios de la tercera edad “buscando un dueño”, para unas cuantas cuartillas de poemas escritos con el sudor de su mente, pero también buscando a un editor incauto. En su interior algo le atormenta, le convoca, lo interpela y, luego de los comentarios de varios expertos en poetología y otras estrellitas literarias de comarca, que le aconsejan dedicarse a tareas más edificantes y rentables, él se anuda sus poemas al cuello como una serpiente y nos plantea una empresa utópico-poética. Entonces empieza a desovillar un rollo de ideas acerca de un proyecto nuevo, o no tan nuevo, pero siempre recurrente: devolver la poesía de los salones y cancillerías, a las libretas amarillas y vagabundas de la infancia, con dibujos de niños, flores y perros con lentes, como bien hubiese querido el querido patafísico francés Jacques Prevert.

Llega con sus versos chuecos y apuesta por una literatura simple, transparente, "coloquial" en el mejor sentido del término; es decir no apta para coloquios entre eruditos, sino para coloquios entre ranas, palomas y cuervos; e irreverente también porque quisiera,-sin proponérselo-, aportar al desmoronamiento de la material, belicosa y gris lógica del mundo editorial local; aportar digo, al derrocamiento de su razón mercantil, de sus bellas y refinadas ediciones para retratar “las vulgares costumbres de los ecuatorianos” y a sus increíbles estadísticas de libros más vendidos y a toda aquella pelucona autopromoción; porque el Valerio, fiel alguna tradición callejera que pareciera haberse esfumado de nuestras “plazas del teatro”, se propone hacer despegar sus versos de poética simple, pedestre, comunicante.

Mas, ¿cómo ubicar sus versos en las últimas tendencias de la poesía ecuatoriana con aires de oficiosa y solemne, evasora premeditada de la poesía de crítica social? Digamos con boca de brujo, que parecería que Valery pretende recuperar la poesía del juglar o del arlequín callejero; la del poeta que puede sintonizar el mal que nos aqueja, la angustia que bulle de nuestras conciencias y se derrama en la Internet, en los celulares y en los cajeros automáticos; una poética por una sola vez aunque no densa, no artificiosa, no conceptual, si prosaica, si panfletaria y hasta surrealista y con olvidos ortográficos, dedicados a la Real Academia de la Luenga...

CUANDO DUELE LA LLUVIA,
SON DÍAS DE ALIMENTAR
LOS VERDES COLORES DE LA TIERRA

Es suya una poética de la realidad diversa alimenticia y cotidiana, que como las capas de la cebolla entremezclan el oscuro under ground de sus amores fracasados en el bar cafetín del Mao donde tantos años bebió cuba libre o danzó con la Fania All Stars, hasta llegar al mundo apasionado de la Real Empresa de Rastro, donde hoy cumplidamente trabaja.

RECORRO ESTAS CALLES Y TENGO GANAS
DE ABRAZAR A LOS LOCOS URBANOS,
PERO NO PUEDO TENGO MIEDO…

Digamos que su propuesta hace parte de la eterna lucha entre el "arte oficial" y el arte "ingenuo"; entre lo "postmoderno" y lo "tradicional"; entre lo "culto" y lo "popular"; entre lo "hegemónico" y lo "subalterno"; o más claro, de la puesta en escena del imaginario popular en el mundo de las elites, adoradoras del canónico flan…

Hace parte sin quererlo de la saga de los Félix Valencia, de los Héctor Cisneros, Bruno Pino, Manuel Miranda, Miguel Jara y tantos otros anónimos poetas caminantes "alias callejeros", que no buscaron sus motivos allende los mares, en lejanas y exóticas islas, sino más bien en los mismísimos islotes urbanos, en donde se pone en escena el propio fantasma, tan oculto para el artista pretendidamente "culto", con su poética de salsa rusa y caviar.


Y en cuanto a los temas que maneja, Valery parece de aquellas funámbulos que salen a recorrer los mercados y las plazas para "inspirarse" en musas de carne y hueso ; un caminante atento que sale a buscar agujas en los pajares de la memoria colectiva; a comprar frutas del tamaño de un dedo y luego plasmarlas en sus versos prosaicos, husmeando entre los matorrales urbanos con su mirada egipcia y su paraguas a cuadros, cantando despistado como un conejo asustado
bajo la lluvia.

Es el poeta que no olvida que el arte se halla en la realidad multiforme, caleidoscópica e híbrida de las cebollas diarias y guarda algo del sabor a Terra Nostra, del que nos hablan las coplas de nuestra poética popular; mas, cuando asume la Terra Nostra, no lo hace como ayer lo hicieron otros desde una perspectiva política, indigenista, o pretendidamente social; lo hace desde una necesidad básicamente subjetiva y personal, con la voz de un amoroso abandonado, de un sociólogo desencontrado, de un poeta en busca de su dueño...

EL POETA NO COLECCIONA NADA
ESTÁ LLENO CON LO QUE IMAGINA

Porque además Valery nos lleva a jugar en esas ruletas verbales que nos recuerdan su infancia en la plaza de San Francisco, en la calle Bolívar o a su vecindad con el Panóptico, en aquella casa en donde creció; a su niñez absorta en los juegos que se murieron junto con sus ruleteros y que hoy otros niños y jóvenes electrónicos ya no disfrutan más. Y él como buen sobreviviente de los ángeles cristianos de su niñez; gira la rueda de los verbos, avisando a cada lector potencial que en cada esquina del mundo nos acecha la Muerte, como única y objetiva verdad.

SOBRE EL TIGRIS YACEN 365 CORAZONES Y EL MÍO

Sus juegos de sintagmas irregulares y sus vocales titilantes se impregnan en la blusa de algún transeúnte amargo o en las gafas de algún gay paseante, o en las alforjas de algún mercado de pulgas lleno de clavos o monedas; en callejuelas de vírgenes y prostitutas, o vendedoras de flores, sortilegios o inciensos; es un verso heterogéneo y vital no encasillado, ni encasillable; es aquel de un poeta juglar que escribe en libretas y lee sus poemas en el trole; la confirmación del poeta como un transeúnte y sobretodo : un escupitajo en el ojo del poeta "carvajalindo", solemne, canónico y vulgarmente virginal,

EL POETA NO COLECCIONA NADA
ESTÁ LLENO CON LO QUE IMAGINA



Después de leer su libro estamos claros que él ha vivido como nosotros en la época de la paradoja, la época de las mayorías excluidas y expoliadas en exclusas que pujando por sobrevivir se embarcaron un día en un bote hacia la patria planeta de todos, al vaivén de las Corrientes del Niño y del Azar, en donde el mismo pudo con sus propios ojos comprobar que EN EL MAR YACEN CUERPOS BELLOS DE SIRENAS OLVIDADAS POR CICLOPES TERRESTRES.

Con sus versos patojos nos situamos en la poética de la diversidad o mejor dicho de la biodiversidad, en la humana y natural paradoja de un mundo de desarraigo social y subjetivo, en donde el poeta humanizado busca aferrarse a sus raíces con una nueva herramienta prosaica y terrenal; porque, de aquella poética escrita con la nariz respingona, a la escrita con el corazón pedestre, quién sino el poeta humano para ahuyentar a nuestros fantasmas, miedos y angustias personales nuestros inquietos Viracochas y Prometeos encadenados en estos tiempos, a nuevos fines de mundo o quizás chamuscados por el calentamiento global.

AYER HABLÉ CON DIOS Y SENTÍ PENA DE ÈL

En este mundo de nuevo siglo, ¿qué suerte le tocará a la literatura pobre, "'no light", hecha a mano y en placas de cartón, amarrada con cabuya o con espirales y con una niña gringa y amarilla asomando con su perrito de lentes tristes en la portada; qué opción pueden tener las propuestas de simplicidad voluntaria, frente a un mundo expresamente vano, arrogante y a full color?; por eso Valerio nos tiende un libro de poemas como un mensaje en la botella hacia el mar de nuestros propios sargazos; como un veterano ex revolucionario sin mejor revolución que una “ciudadana”, como un escritor ex migrante y cargador de frutas en España, como un erudito conferencista sobre faenas de pobres reses esperando despostar; en suma, como un poeta náufrago que a inicios de siglo se atreve a decir a voz en cuello, que anda buscando un dueño y un sueño de poética, voluntaria y natural, simplicidad.



* Valery Rosero, Quito 1961. Sociólogo, artesano y recolector de frutas en España, además de conferencista de reses al desposte y experto en desarrollo local. A través de sus viajes y experiencias como mochilero ha configurado una forma peculiar de existir y/o de escribir, producto de lo cual son sus libros ¡OH QUÉ SERÁ!, narrativa de migración, K-Oz Editorial, 2003 y el que ahora presenta en coedición con PALABRA IMAGEN Ediciones: BUSCANDO DUEÑO, 16 de febrero 2008.


** Tres nuevos libros en la misma colección se anuncian: Taller de Luz de Diego Velasco,

Sextigmas de Johann López Saltos y Camastro de Matuta de Freddy Ayala Plazarte.

jeudi 7 février 2008

SERIE UNA GENERACIÓN FRACTAL



BAILANDO CON TOULOUSE


JUAN PABLO MOGROVEJO*

Heme aquí, sentada con las arañas en la espalda. Vestida de algo peor que la muerte, vestida con una vida que se ha venido tan lenta, que sus horas las podría contar con mis dedos, aunque han sido varias. Horas que han pasado tan despacio que aun veo mis sueños sentados en el Moulin, aun me pierdo en las páginas de libros que mi mente llama nubes, porque me llevaban a asir el cielo donde me he visto correr arrancando mis vestidos, cambiándolos por un alma alada.

Muerte, si vinieras de un solo golpe, te llamaría mi redentora.

Tiempo atrás, cuando era una señorita que no gozaba de una gran admiración entre todos los parisinos, entre todos los que frecuentaban el cabaret y se mezclaban con la música, el baile y una que otra copa, pero que tenía mucho para dar.

Me envuelven los recuerdos de cuando lucia mi encanto y gustaba de la fantasía de ser como Cleopatra, una reina capaz de dominar los corazones y la razón de todo cuanto cayera preso en sus brazos y sus encantos. Así me creía yo entre la bohemia y los artistas de todo tipo -con o sin dinero- lo que importaba eran ellos que buscaban saciar unas ganas increíbles de pasar las penas entre grandes alegrías, pasajeras pero grandes y, lo mejor -tanto para ellos como para mi- era que los problemas se quedaban afuera, en las puertas o esperando en las calles mientras la diversión quemaba las miradas por largas horas adentro.

Sus desilusiones, desventuras, dilemas, se sentaban en las veredas aguardando a que salieran, para que se los pusieran de nuevo.

Ah! qué vida la de los bohemios, los problemas, las penas y las nostalgias se encargan de darle un tono mas oscuro a sus sombras, y siempre van ahí, como perros falderos, colgados de los bolsillos, porque ni siquiera dentro, sino colgados de los bolsillos, esparciéndose como un veneno que ha ingresado por los labios con el objetivo de llegar a sus corazones. Un mal necesario que, si se lo ve desde cierta perspectiva puede ser un aliado para salir del común factor que consume a todos los mortales (ricos o pobres, es igual).

La unidirección del pensamiento es un tedio para quienes viven o mueren buscando nuevas verdades. ¿Única dirección?, ¿existe acaso?, claro que no, y la sola idea de concebir tan maltrecho pensamiento es algo que el arte repudiaba, repudia y estoy segura, repudiará, como si fuese un pecado capital y, ¡no señor! , en la bohemia se aprende a vivir con el enemigo que se lleva por dentro, y se busca, aunque sea por el amor a las utopías que, se duerma, exclama a gritos que hay que buscar otros caminos, que hay que plantear nuevos retos, buscar la realización de los sueños y así fue Toulouse.

Con una mirada que siempre estaba extraña a lo común, una mirada que se perdía en el tiempo, sus manos estaban en su cuerpo pero parecía que tenían vida propia, demostraban una magnifica habilidad por captar hasta los mas pequeños detalles para convertirlos en grandes sueños atrapados en color, en inimaginables fotografías de las emociones. El nunca se rendía ante las interrogantes de la vida, y creo que por eso- entre otras cosas- me perdí en él, por todo lo que admiraba de él.




Tres días marcaron una gran diferencia en mi vida, dando fuerza a mi existencia:

La primera vez fue…, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, lo tengo tan presente que si tuviese alguien por quien jurar, diría que fue hace unos minutos, o cuando más, hoy en la mañana. En realidad para ese día yo no colgaba en mis muros mayores esperanzas de que algo fuera distinto a cualquier otro, la rutina era la misma, había música alegre y todos festejaban, bebían y celebraban, y si había algo que estuviera profundamente en contraste con toda esa alegría, esa era yo.

Aunque sonreía hacia fuera, por dentro mi alma era una taciturna manifestación de vida, y prefería cada vez que se presentaba la oportunidad para mantenerme en mi anonimato no salir a bailar y quedarme sentada, yo era una sombra bajo las luces del Moulin Rouge.

Yo no creía en nada en aquellos momentos hasta que apareció él.

Vino con sus piernas frágiles, caminando entre apresurado y resquebrajado, con su barba alocada y unos ojos profundos que llamaron mi atención; no tenía la gallardía de su nombre pero si el hechizo de su ser. Se sentó en una mesa que daba a una ventana, como si quisiera estar entre dos mundos: en el placer mezclado con la magia del Moulin Rouge y en el espacio bañado por la luna que dejaba caer impresiones de luz sobre la ciudad, allá afuera. Lo recuerdo muy bien porque no podía dejar de observarlo. Aunque no me parecía físicamente atractivo, el poder de sus ojos y su sonrisa que desairaba cualquier mala interpretación de un ser cualquiera, me cautivaba y envolvía y porque no …me seducía.

Si, fue extraño y profundamente enigmático mi encuentro con un amor que me acompañó hasta ahora, el día en que he de morir.

Había entrado por la puerta un ser que me resultaba conocido, y no sé porque, pero lo sentí como mi propio yo. Pidió una copa de vino y entre cada sorbo hacía una pausa para observar muy detenidamente cada rincón del lugar, eso también lo tengo muy presente porque aquella actitud me cautivó tanto, que provocó en mí una ansiedad de hacer algo que aunque suena risible, y, no había hecho nunca, durante mi permanencia en el Moulin. Compré dos tragos, uno se lo envié sin que supiera quien fue, el otro, lo sostuve en mis manos y lo imitaba en todo, simplemente dejé que mis ojos se dirigiesen a cada rincón que él veía. Fue una sensación profundamente extraña para mí porque no lo había hecho antes y, no es que las demás lo hicieran, no, no es eso lo que hablo, sino de mi necesidad de hacer algo tan infantil. Me sentía como una niña jugando a ser mayor, pero no me arrepiento... no me equivoqué.
Por primera vez me percataba de la luz sobre los cristales de las botellas, vasos o cualquier otra cosa de aquel cabaret.

Luego sacó un pedazo de papel y una sanguina y comenzó toda una danza, una armoniosa danza del color y la prisa, y desde el instante en que vi magia al hacer sus trazos como si estuviese jugando, como si pudiese captar algo que nadie más veía, como si estuviese en otra dimensión. Esa magia me cautivó y al mismo tiempo me confundía-, porque me produjo un encuentro de emociones y un cruce de sentimientos, ya que yo nunca antes había podido ver nada, aunque yo había estado allí mucho más que él, y, había estado en contacto con todo, muchas más veces que él, pero al imitarlo, todo fue tan diferente.

Cuando intentaba buscar en el ambiente algo que pudiera estar -no sé- retumbando, tan solo me dirigía a mi interior y me encontraba con mi amargura, con ese dolor que, aun lo siento dentro, pero ese momento de gloria sobre el papel había encontrado su dios, a mi querido pintor, y, yo había encontrado la belleza en el enigma, y ese día se aferró en mis entrañas.

Las horas empezaban a caminar sobre los cuerpos, él recogió sus trazos y se fue, su actitud me decía que volvería, y decidí esperarlo… Pasaron varios días y no había vuelto, pregunté a Jane, a Chao, si lo habían visto las noches que estuve enferma y debí quedarme en cama, pero me dijeron que no, y que él era así, que aparecía cuando uno menos se lo esperaba; y no fue hasta después de tres semanas que nuevamente entró con sus ojos profundos y sus piernas maltrechas, parecía como si hubiera estado enfermo él también, no me atreví a acercarme a preguntárselo, aunque por dentro me inquietaba saber que había sido de su vida durante esos días, pero cuando sentí un impulso fuerte como un embrujo por ir a su mesa, recordé que ni se había fijado en mí la primera vez y que me iba a creer una loca, así que di media vuelta y subí al escenario a bailar -¿para quién?, ¿para los bohemios que ya estaban ebrios apoyándose en los barandales?, ¿para los aristócratas que estaban sentados en sus mesas llenas de tertulia mas dulcemente embriagadora que el ajenjo y el vino?, ¿para la vida que se presentaba como la larga pista de baile de este cabaret?, ¿para esas manos que me atrapaban en el sortilegio de captar toda la euforia del lugar y plasmar su encanto?.

No, definitivamente, no lo sabía, pero si estoy muy segura de que el ritmo y la alegría me llegó como un rayo y todo me dictaba que me olvide de todos mis males y empiece a viajar porque todo estaba para disfrutar de aquel momento, y, mis sentidos al igual que mi mente se dejaban invadir del aroma de jazmín de mis vestidos, llevando a mi cuerpo a sentirse ligero y sagaz, como un velo de seda elevándose con las notas y pasos de la quadrille, y que una vez en el aire, una vez en el infinito se deslizaba con fuerza arremetiendo mis instintos y empujándome a jugar a una valkiria de Wagner surcando un mar en el cielo y, me dejaba ir, o mejor , debo decir que dejaba a mi mente irse, buscando todas las emociones posibles de una lujuria enfurecida y la pasión de un cuerpo que ardía y era capaz de volcar toda vida por un poco de magia entre el deseo y la sensualidad.









De pronto ya no era yo, la del Moulin, sino una bailarina en una habitación totalmente desnuda que recorría y jugueteaba entre los dedos de un pintor que no se fijaba en su musa, ahí estaba yo, toda diminuta entre sus manos como una gota sobre una hoja, y entre cada piruette, mi ser se expandía para llegar a su dimensión y ser una mujer (y no mi monstruo) entre sus brazos, de súbito me volcaba al piso a besar sus piernas y deslizarme por toda su cuerpo, él me miraba y sus ojos se tornaban cada vez más profundos

« “Quiero atrapar cada efluvio que despida tu forma, cada gota de transpiración, y volcar mi boca en tu pecho», me decía.

« Voy a ser el impío que profane en total placer y goce el secreto de tu deseo, y no sentir mas que nuestra desnudez en esta vida, y no quiero un solo rastro de vacilación Quiero pintar en tu cuerpo, mientras hago míos tus senos y, hasta que tus sentidos hayan derramado todas tus lagrimas, pero no de dolor sino de un goce perpetuo, y no parar de construir un santuario, donde nuestro sexo sea el dios a venerar. Entre tus caderas está mi cordura y mi sensatez ya la perdí cuando tu pudor de mujer frágil se cayó en el suelo buscándote unas alas para volverte un ángel de mi mundo. No quiero, ni siquiera pretendo, manchar este momento con el recuerdo de quienes haz conocido en el Moulin porque ahora tu alcoba y tu refugio soy yo. Sí, tu refugio y tu alcoba soy yo, aunque irónicamente me siento al mismo tiempo prisionero de tus piernas».

Y yo, mientras lo escuchaba, sentía como sus manos se deslizaban por mis pechos jadeante hasta arquear mi espalda y sentir como el sexo lleno nos elevaba entre mordidas y transpiración. En mi, tan solo estaba esa valkiria que deseaba sentir la vida a través del desenfreno y al punto de llegar, de venir, de un orgasmo; abrí lentamente mis ojos y alcancé a ver como levantaba sus dibujos y salía muy lentamente del cabaret. Y la valkiria, debía despertar, volver a la realidad.


Era ya mucho más de media noche, y todos los bohemios, y demás hijos de la oscuridad se retiraban a reencontrarse con sus penas y dilemas sentados en la puerta del molino, la noche se había terminado pero no mi fantasía, no era aun tiempo de dejarme morir nuevamente, y envuelta todavía en mi éxtasis (mi imaginación, no quería dejar de volar) y, salí como los demás, caminando como alma nocturna, elucubrando, recogí los problemas que me esperaban en la vereda, y, me aliste a salir como era costumbre, pero ésta vez había en mí una nueva fuerza que con una voz muy cálida me decía que había vivido y que mientras lo desee lo podría hacer tantas veces como quiera y, claro que lo deseaba. Me dejé llevar por lo que quedaba de la madrugada.

A la mañana siguiente, traía en mi rostro una sonrisa que me salía como el sol de entre los demás astros, refulgente y soñador como un niño que esperaba con ansias aquel regalo que su padre traería en cualquier momento, Yo no esperaba nada prometido pero cualquier cosa me sabía diferente, de pronto mi oscuridad se volvía un destello que caminaba por el mundo y se desesperaba porque el mundo le resultaba pequeño… mi espíritu gritaba de emoción de al fin poder abrazar el deseo de sentirse presente en la ciudad.

Mientras caminaba por Montmartre, pude ver un cartel que ya estaba algo envejecido pero aun podían distinguirse letras de - La Revue Blanche-, y por esos colores que, aunque ya palidecidos por el tiempo, mas no por la desaparición de la euforia con que fueron pintados, supe inmediatamente que había sido hecho por aquellas manos que derramaban los jarrones de los sentimientos y, sus tonos alegres estaban tan en mí que me daba la impresión de que lo había hecho yo, que esa pintura era mía…(quizás así fue).

Al llegar nuevamente la noche, ya me hacía en el cabaret, entre aristócratas, artistas y demás y también ellos habían cambiado, había algo en sus semblantes que me decía que en verdad los dilemas y apuros se habían quedado muy sentados en la vereda, y la magia del Moulin-Rouge estaba hasta entre los ángeles. Como la vez anterior nuevamente entre medias negras, olvidando y recordando al mismo tiempo a Offenbach, provocando asombro con nuestro Can- Can a los visitantes. Y entre tanto, y como mi propio secreto, yo iba desdoblando lentamente a la Valkiria que nadie era capaz de ver.



Dibujando y bailando, con mis risas, yo seguía surcando un mar en el cielo y decidí, que esta época no la cambiaría por ninguna otra, que así estaba feliz, que empecé a vivir...

Por muchos días, tuve una afición, que, aunque me provocaban diferentes sensaciones de celos, rabia, impotencia, igual no podía negarme ese placer del dolor combinado con un sentimiento -que no se puede describir porque es efímero como el pinchazo con una punta de aguja, era un morboso sentimiento de encontrar dolor y placer al mismo tiempo -, y, durante horas me sentaba a ver los retratos pintados por él, y no puedo decir qué me invadía y confundía más, si el hecho de ver que los pintaba para otras y no para mi, o que cada uno de esos colores eran míos, porque yo los deseaba más que nadie.

Aquella, pese a doloroso de saberme ajena a su vida, se había vuelto mi gran satisfacción, hasta que cierta vez, para mi desdicha -y únicamente mía-no pude controlar mis lágrimas porque en uno de esos carteles estaba Jane. Una de las más bellas del cabaret, quien al bailar despertaba muy dentro de mí las mismas emociones que se producían en los demás. ¡Oh, la deseada Jane!

Ella, era la atracción principal y yo su sombra, pero no puedo negar que excitaba cada parte de mi piel. Un fuerte y mórbido sentimiento, que al no decírselo nunca creía que desaparecerían o morirían y, cuando conocí esas manos de fuego me entretuve con otros pensamientos, pero al verla tan hermosa en esos carteles, nuevamente se volvían vidrios que me estremecían por dentro. Sí, al verlos, supe que en él, también había recaído el hechizo de su fragancia, su mística y belleza. No sabría decir, si él la amaba, o si mantuvieron algún tipo de relación, pero si puedo asegurar que la llevaba en su mente, porque al verla, era imposible no ver que era como si hubiese atrapado su alma para ponerla en los carteles, era ella…nunca lo dudaría, mi escondido sentimiento que creí muerto, me lo decía, (ése fue el día en el que mi ángel, se volvía un demonio, recordando sentimientos, que me dolía tener).


Pasaron algunos meses, y yo seguía con la rutina que ya tenía mejor sabor hasta que un viernes, -éste día (el tercero, el día que he de morir), tampoco lo olvidaré, ni cuando ya llegue a mi tumba-.

Ese día fue hoy. Me levanté, aunque creo que no lo hice porque no sentía ninguna vida mientras caminaba, -presentía malas noticias- , y no quería en realidad salir pero hube de hacerlo y el Montmartre lucía lúgubre; en el ambiente percibía un olor a azufre que me sabía a ausencia (pero no puedo explicarlo como era posible), pero, ese olor provenía de muy dentro de mí y se volvía más intenso mientras más me acercaba al Moulin, lo sentí en el Moulin de la Galette, di vueltas por el Le Chat Noir, y era tan igual o peor. Me vino un sobresalto y una angustia, como un ebrio que está atacado por arañas en su mente, como un ser que dispara a las moscas porque las ve gigantes y amenazadoras. Trate de calmarme y empecé a caminar ligero, pero sin darme cuenta, mis piernas se aceleraban como un caballo desbocado. Tuve la loca necesidad de correr hasta que mi corazón rebase su capacidad y explote.

Caminé por todos los lugares conocidos hasta que llegó la noche y me dirigí al cabaret. Ahí el aroma a azufre, que me llegaba desde el centro de mis vísceras, me asfixió en forma indecible. Habían susurros entre los artistas, los bohemios, los aristócratas, pero con la música -que se fingía alegre- no podía escuchar lo que hablaban, no podía atrapar ni una sola de sus palabras que salían muy calladas, casi mudas, y en la pista no podía detenerme, aunque de muy buena gana lo hubiera hecho, pero las reglas del espectáculo son muy estrictas en ese sentido, el show debe continuar.

Una vez que tomamos un respiro para que los visitantes pudieran descansar sus jadeos, aproveché para buscar las pinturas que atrapaban la magia (mi magia, mis sueños para volverlos eternos), pero, no hubo suerte porque no las encontré ni en las barandas, ni en la pista ni siquiera en la acostumbrada mesa. Y aunque algo me inquietaba, me aferré a creer que esa ausencia era como en otras ocasiones, en las que esos colores no se presentaban, hasta que a la final, él entraba airoso, como rey de alguna región importante. Disimulando mi ansiedad tras la máscara de una simple curiosidad, pregunté en el lugar si habían visto al pintor, -no me atreví a decir su nombre- y fue cuando supe de donde venía ese horrible aroma al enterarme que esas manos ya no existían, que se habían ido para siempre.

Y con ellas se fue la Valkiria, el mar del cielo se había vuelto rojo y se derramaba por las calles mezclándose con mis lágrimas.




No recuerdo como salí del cabaret, pero nunca olvidaré ese nueve de septiembre !Oh, sí! Aún cuando cierro mis ojos puedo ver como la oscuridad me trajo un nuevo baile, pero esa vez los dioses estaban rompiendo el sol de la Valkiria. Aun puedo recordar como con lágrimas llenando mis ojos, intentaba burlar el crepúsculo y daba mil piruettes mientras buscaba una risa que me dijera que no era cierto. Y, trabada por la desesperación, esa risa se ahogaba y se apagaba cada vez más con las lágrimas y caí al piso.

Me deslizaba por el suelo como queriendo entrar en él y lo asía con mis uñas, cerraba mis manos con una rabia mezclada con desolación, y nuevamente atacada por mi locura dejaba que mi espalda se irguiese hasta que el cuerpo pudiera incorporarse pero mis huesos estaban rotos y súbitamente caía una vez y otra y otra y otra al piso. No importaba cuando intentase sobrellevarlo, siempre caía al piso.

Permanecí con mi mandíbula entre mis rodillas como un títere por largo tiempo, horas, segundos o días. En realidad el tiempo ya no me interesaba, hasta que por una abertura entre el suelo y mi cuerpo pude ver un destello de luz que iba haciéndose más y más intenso en breves segundos, minutos o días tampoco lo sé, pero si pude notar que esa luz pertenecía a algún ser que no me atrevía a ver.

Luego sentí unas manos tibias que tomaban mis hombros y se deslizaban por mis brazos en un intento por levantarme. Me abrazó por detrás muy fuerte hasta que su pecho se juntaba con mi espalda, estuvimos así por un momento y me susurró al oído «baila conmigo». Al escuchar esas palabras, apenas pude girar con la euforia de un grito que se quedó en Toul…, y entre la luz cegadora, vi que era un ángel con sus alas inmensas.

Procuré levantarme, pero el frío había debilitado mi cuerpo y mi piel estaba hecha de hielo, como un cristal muy frágil. Cuando puso sus manos en mi rostro para consolarme, sus dedos quebraron mis mejillas y pude sentir como la sangre empezó a brotar y se deslizarse por mi cuello, por mi pecho desnudo, que también sentía vacío.

La sangre corría desenfrenada hasta llegar a mis senos que estaban de repente convertidos en decrépitas masas de carne, Esa sangre fluía rozando mi piel, se deslizaba por mi vientre, ligera y densa, daba la impresión de estar absorbiendo toda mi esencia, como si en ella se fuesen mis días con toda su fuerza y, al llegar a mis piernas, ya casi no corría. Su consistencia era aún más densa, tenía la furia del óleo, se tornaba de tonos: ocre luminoso, amarillo, y azul que se mezclaban con violetas; de rojos intensos, el piso era un lienzo enorme lleno de hojas de libros, yo tan solo le pedí al ángel que se fuera y me dejase dormir…


Este. Un día como un siglo. Adiós Moulin, adiós Toulouse.




*Cañar 1977. Es profesor de idiomas a nivel secundario. Miembro fundador del grupo literario La K-bezuhela, tiene un libro de cuentos en su colección literaria: “Kaleidoscopio: Iris y Retina” y una investigación antológica sobre 5 poetas “callejeros” de Quito que K-Oz Editorial desea publicar.
Más sobre el colectivo k bezuhela y sobre sus proyectos en

vendredi 1 février 2008

SERIE UNA GENERACIÓN FRACTAL

Imagen Frida Kalho

TRACTUS FILOSOFICUS

Paul Miño Armijos*


Pensar es, ante todo, pretender crear un mundo […] hoy, cuando el pensamiento ya no tiene pretensiones de universalidad y su mejor historia sería la de sus arrepentimientos, sabemos que el sistema, para ser válido, ha de ser inseparable de su autor: Albert Camus

Los eventos que se presentaron en la Universidad para la XX Semana de la Comunicación, fueron tan penosos y anacrónicos, como sus insulsos y patéticos animadores: un cuarteto de andrajosos con aires de Mattelart trataban de encontrar el “verdadero” significado a un episodio de Los Simpson. Unos cuantos desocupados, descaradamente decían hacer “arte colectivo” con tres latas de pintura sobre una tela. Un festival de comidas cuyo plato principal eran los choclos de Primero “A”. Y lo peor, unas conferencias donde sólo asistían los panelistas y los organizadores, cuya acústica era tan mala, que cuando alguien hablaba en portugués, el resto entendía en italiano.

El fracaso fue total y sin atenuantes, y yo ya lo había previsto, por eso no fui más que a un evento, un foro-taller acerca de Investigación Científica y Nuevas Teorías Epistemológicas. A pesar del sugestivo título, la única relación de ese evento con la comunicación era la buena voluntad de la Facultad de Filosofía, quienes habían prestado un tema, unos expositores y unos asistentes, para intentar salvar los muebles de algún Titanic que hace mucho estaba en el fondo.
La principal figura de ese acto fue un filósofo y sociólogo, cuyo palmarés le tomó diez minutos de lectura al presentador: doctorados por aquí, postgrados por allá, maestrías más acá, conferencias en no sé cuantos países y premios hasta en el fin del mundo. Fue algo de antología, especialmente por las caras de babosos que tenían los profesores de la facultad.

Este laureado personaje habló en forma directamente proporcional a su fama y currículo: una hora con cincuenta y cuatro minutos, sin pausas más que las necesarias para respirar, tomar agua o reír por alguna idea jocosa.

Al finalizar el evento (duró tres horas y media en total), hallé al responsable de que ésa “industria de pensamientos” se encontrase en nuestros predios; él me dijo que se conocían desde muy jóvenes y me habló, a breves rasgos, sobre la historia intelectual de su brillante amigo.
Resulta que este hombre, ya a los 23 años, inició una carrera como investigador profesional. Sus primeros escritos giraron en torno al racismo y la xenofobia; en ellos advertía los principios de alteridad e interculturalidad como respuesta a las discriminaciones, y no los de tolerancia e hibridación como pensaba la mayoría.

Él decía que tolerancia es “soportar” a los demás porque ya no hay otra opción, es decir, “reconozco que El Otro existe y por lo tanto lo respeto, pero en la medida en que no se meta conmigo. En cambio, la alteridad e interculturalidad implican reconocer al Otro como alguien igual a mí, pero diferente a la vez, y desde ése punto, involucrarme en su subjetividad para tratar de entenderlo, despojándome de la mía”.

Luego de causar revuelo con estas ideas y sus implicaciones, decidió ahondar un sólo aspecto de su tema inicial: la discriminación femenina y equidad de género. Sus propuestas en este punto le valieron, en un principio, recriminaciones tanto de hombres como de mujeres. A Ellos no sólo los criticó por su machismo e impavidez, también los acusó de miedosos, ineptos y esquizofrénicos, porque “sólo ataco al Otro por el miedo que me produce mi propia incapacidad para defender racionalmente una posición, cuando reconozco a ese Otro mejor preparado que yo.” Además, “sólo con un trastorno mental sería capaz de dañar, sin mayor motivo, a aquel Otro que me acompaña, me ayuda y me beneficia”. De otro lado, a Ellas las acusó de sentimentalistas y cerradas puesto que “o son pasivas ante las agresiones del novio, padre o hermano, argumentando amor y respeto; o en su defecto, las que pelean contra la opresión femenina, no tienen en cuenta un pequeño detalle: los hombres; como si Ellas fuesen las únicas en el mundo, dejando ver que su propuesta no es equidad, sino “virar la tortilla”.

Para cuando terminó sus propuestas de género, tenía varios títulos, entre ellos, una maestría en Teoría Política. Esto último, junto al hecho de haber vivenciado algunas dictaduras, lo motivaron a dedicarse al tema de la democracia. Así consiguió, internacionalmente, muchos adversarios y unos cuantos colaboradores.

Con tratados en los que denunciaba a EE.UU. “como un imperio expansionista que se mueve bajo fines y modelos semejantes a los que usó Roma para dominar descaradamente a los pueblos más indefensos bajo esquemas hipócritamente legales”, capturó la aceptación de grandes personaje irreverentes ante el poder hegemónico. Con su estudio sobre la “colonialidad interna y el neocolonialismo” motivó la creación de una escuela de pensamiento propiamente latinoamericana llamada: Estudios Subalternos. Pero así mismo, cuando criticó a estos defensores del pueblo diciendo que “todas sus posiciones se basan en localismos y por lo tanto son igual de homogenizantes e impositivas que las imperialistas, como si ahora América Latina fuese el centro del mundo, en lugar de Europa o EE.UU.”; entonces terminó prácticamente solo, al amparo de unos cuantos colegas que lo secundaron, más por afecto que por convicción.

De esta forma luchó varios años, criticando las contradicciones y debilidades que cada sistema teórico padecía, siempre firme en sus ideas, a pesar de los ataques y el abandono; siempre convencido de que se podían alcanzar soluciones globales sin sacrificar a los sujetos. Y en esas condiciones es cuando encontró un gran interés por la comunicación discursiva.

En esta nueva etapa trabajó durante muchos años en un proyecto para analizar “las estructuras que comúnmente tienen los argumentos, la necesidad de argumentar racionalmente bajo ciertos principios universales y, principalmente, la importancia de una comunicación basada en críticas y argumentaciones bien fundamentados para llegar a una solución consensuada sobre cualquier discordia”. De esta forma, él concluía que “una teoría de los consensos, bien conocida y bien aplicada, es el camino que deberá tomar la humanidad para enfrentar sus conflictos, conforme vaya enriqueciendo su pensamiento racional”.

Actualmente y desde hace seis años, él se halla trabajando en varios temas orientados a criticar los efectos del sistema en los individuos y el mundo. En este sentido, tiene un par de ensayos en los que denuncia “la lógica tendencialmente suicida del capitalismo’, que obliga a las personas a destruirse a sí mismas y a su entorno sólo por el absurdo afán de eficiencia, impuesto por el sistema”; también critica “las nuevas formas de castigo generalizado con que se calla y controla a los individuos, en reemplazo de los suplicios usados en la antigüedad” todas aquellas formas igual de efectivas, pero mejor disimuladas, basadas en el miedo y los prejuicios.

Al saber semejantes maravillas, no pensé un segundo antes de pedirle (rogarle) que me lo presentaran, que me permitieran conocerlo. Un hombre lleno de buenas ideas; tan sabio e irreverente como para defender lo que parece indefendible y al final terminar ganando; una persona que no claudica ni descansa en su noble trabajo; alguien de ésas características era con quien siempre había deseado hablar, al menos cinco minutos.

Pero todo ese torrente de ilusiones se evaporó cuando me dijo que no era conveniente, porque solía molestarse con los extraños que sin más, se acercaban confianzudamente para elogiarlo, conversar o dar una opinión sobre sus trabajos.
Con una oleada de asombro y vergüenza en el rostro, le pregunté cómo era posible que alguien tan progresista y conciente pudiera tener esas actitudes intransigentes. Entonces me relató las anécdotas que aquí transcribo –lo más fielmente posible- acerca de la vida personal de este hombre:

Imagen Edward Munch

EN LA PRESENTACIÓN DE UNO DE SUS LIBROS…

Ya cuando había terminado el acto y salíamos del auditorio, un muchacho se acercó para que él le firmase uno de sus libros; luego, le pidió amablemente que le explicase algo acerca de su teoría de la argumentación que no comprendía, pero él, a regañadientes, sólo le habló unas cuantas cosas sin valor, ni sentido. Entonces el muchacho le dijo que no estaba totalmente de acuerdo con su teoría de los consensos porque pensaba que el conflicto es muchas veces necesario.

Ése fue su error. Rojo de ira le dijo:
-Mira jovencito descarado, por qué no vas a estar bailando con tus amigotes en alguno de esos huecos o jugando Play-Station. Yo soy un hombre de verdad, no estás pidiendo autógrafos a uno de tus cantantes de alaridos. Mejor sal y no te metas en cosas de adultos responsables.
Luego, el muchacho se marchó azorado y con los ojos vidriosos.

UN FIN DE SEMANA EN SU CASA…

Me invitó a almorzar para que conociese más a su familia, pero llegué antes del medio día para ayudar. Me recibió la esposa y me dejó en la sala con él, quien había estado leyendo el periódico, mientras ella y la hija seguían cocinando.

Hablamos de unas cuantas cosas y al final le propuse:
-Vamos a ayudar a tus mujeres que parecen ocupadas.
-No te preocupes. Ésas son cosas de ellas. Pueden arreglarse solas- me respondió. Y resignado, seguí conversando, mientras la madre regañaba a la hija por no revisar el horno, mientras batía los huevos.
Al rato apareció su hijo y la madre le dijo:
-Mueve la sartén, por favor, tengo que hacer algo más- pero el hijo, con aspavientos, respondió:
-Yo no entro a la cocina y menos con ése olor que hay. ¿Y para eso no está mi ñaña? Esas son cosas de ustedes, además tengo que ir a recoger un CD donde unos panas.
Cuando el hijo estaba en la salida, sus padres le dijeron:
-Regresa pronto que ya mismo está la comida-, pero él ni siquiera regresó a ver y se marchó tirando la puerta.

A la hora de comer estábamos en la mesa cuatro personas, pero sólo mi amigo y yo hablábamos, hasta que la señora hizo un comentario insinuando a su esposo que no era bueno que pasara sólo en sus libros y sus investigaciones.

Él abrió los ojos como platos y conteniendo un grito amenazante y sarcástico, le dijo:
-Mi amor, ¿Cuántas veces le he dicho que no se meta a hablar sobre lo que no sabe? ¿No ve que dice tonterías?
La mujer bajó el rostro al mantel y continuó comiendo, pero su hija despertó como de un letargo y habló sin mirarlo:
-De todos se puede aprender. ¿No es lo que dices?
-Si, pero de todos quienes sepan algo útil- respondió a su hija.

Ella también calló y siguió comiendo, mientras tanto, traté de tomar un nuevo tema para aliviar la tensión.

Al final, ya avanzada la tarde, llegó su hijo con la ropa sucia, un ojo cerrado por la hinchazón y tapándose la boca con la mano. Sus padres y yo nos asustamos y preguntamos qué le había pasado.
-No es nada- dijo -sólo que otra vez se cogieron la cancha esos longos apestosos de la 23 y como no se querían largar, les dimos una paliza con mis panas para que aprendan a no meterse donde va gente como nosotros… igual no se preocupen, ¡si hubieran visto como salieron ellos! -y con fingida sonrisa se metió en su cuarto, mientras su madre decía:

-¿Te caliento la comida, mijo?
Con aquel incidente, las cosas se volvieron bastante incómodas y me marché argumentando un terrible malestar estomacal. Fue una mala idea porque la señora terminó más preocupada pensando que era a causa de su comida.
UNA TARDE EN UN CAFÉ…
Durante varias horas habíamos hablado sobre su último viaje por Europa, hasta que le pregunté sobre su familia, para cambiar de tema, y con una cara de amargura me dijo:
-De no ser por mi querida hijita todo estaría bien.

-¿Por qué? ¿Qué pasó?- le pregunté
-Imagínate- me dijo -se le ocurrió invitar a su novio a casa para presentárnoslo. La idea no me gustó desde el principio, porque eso de llevar a los enamorados donde los padres me suena a compromiso serio; pero igual, no se lo impedí. El sábado que habíamos pactado llegó el muchacho puntualmente, pasó, se sentó y empezamos a conversar. Te digo que no me desagradó mucho, porque en realidad me esperaba un mocoso más bobo que ella, y por eso lo traté muy bien. Luego del almuerzo él se quedó hablando un rato con mi hija y finalmente se fue, siempre sonriente y comedido (entonces hizo una pausa para beber agua) hasta ahí no hubo drama, pero esa noche, cuando ya iba al dormitorio, alcancé a escuchar a mi hija, mientras hablaba con su madre, decir que quería casarse lo más pronto con su querido, si es posible antes de graduarse. Entonces entré para poner en orden esas ideas absurdas y se armó un escándalo terrible, porque la muchachita no aceptaba dar marcha atrás. Así pasaron tres días y ella ni me miraba, hasta que una noche, mi esposa me dijo que la comprenda porque el muchacho había sido el primero con que el que se acostaba ( bebió más agua y continuó ). ¡Imagínate, como si estuviésemos en la edad media! Sólo le dio un poco de sexo y quiere fregarse la vida entera junto a un estudiante de Artes sin ningún futuro… ese momento fui a verla para acabar con el asunto de una vez por todas. No le iba a golpear, por más que sea mi hija nunca lo he hecho porque tú sabes mis ideas sobre género, pero sí le advertí que si no se olvidaba de ese andrajoso fracasado, no iba a tener graduación, casa, familia, universidad ni nada (se calmó y tomó unos sorbos más de agua).
-¿Y al final en qué quedaron?- pregunté.

-Creo que ya se le ha pasado. Todavía se comporta áspera, lejana, pero al menos ya pasa más tiempo en la casa y no habla de su querido. Pienso que ya entendió que es por el bien de ella.
Luego de aquello hicimos planes para vernos de nuevo y nos marchamos cada uno por nuestro lado.


NUEVAMENTE EN SU CASA…

Esta escena fue la que más me impactó. Llegué un día a visitarlo porque ya habíamos arreglado por teléfono la cita. Estuve todo el día con su familia y todo iba bien –dentro de lo que cabía-, hasta que entrada la noche llegó su hijo bastante alterado y se metió en su cuarto sin saludar.
-Buenas noches perros- espetó a su hijo mientras éste tiraba la puerta de su cuarto.
Entonces él se levantó y fue en busca del muchacho. Entró al cuarto y a través de la puerta cerrada, se escuchaban murmullos de una acalorada discusión. Yo trataba de disimular conversando con las dos mujeres que me acompañaban hasta que oímos tronar la puerta de nuevo.

Primero salió el muchacho soplando furibundo como un toro, y cuando se aprestaba a salir, su padre desde el otro lado del pasillo le gritó:

-¡Eso, lárgate! ¡Vago bueno para nada! ¡Fracaso de hombre!- y bajando el tono - par de mediocres fracasados. Tú y tu hermana son igualitos. La misma pendejada. No pueden ver más allá de sus propias narices.
Entonces el muchacho se volteó y con una sonrisa burlona le preguntó:
-¿Y quién te crees tú para acusarnos de fracasados o mediocres?
-¿Eres tan tonto, tan bestia?- le respondió indignado –No ves el respeto y la admiración que me tiene la gente. ¿O eres tan inútil que ni siquiera te has dado cuenta del gran hombre que tienes por padre? Inteligente, respetado, exitoso.
-¿Exitoso?- dijo el muchacho con sorna –papá, todos tus libros son muy buenos, tienen un montón de bonitas intenciones y todo lo demás… lo que no me entra en la cabeza es cómo te pueden admirar tanto, si como tú mismo dices: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.

Ambos se quedaron un momento en silencio y luego su hijo se marchó. Yo me sentía tan incómodo que salí enseguida, sin decir nada, cerrando la puerta detrás de mí.


*Paúl Miño Armijos, Quito 1985. Estudió Comunicación Social en la Universidad Salesiana. Profesor secundario de Literatura. Ha realizado en el marco de los Talleres de Literatura de la CCE una Antología del Cuento Fantástico Ecuatoriano que K-Oz Editorial quisiera publicar. Miembro fundador del Grupo Literario la K-bezuhela en cuya colección publica sus Cuentos Involuntarios.

SERIE UNA GENERACIÓN FRACTAL



TRACTUS FILOSOFICUS
Paul Miño*

Pensar es, ante todo, pretender crear un mundo […] hoy, cuando el pensamiento ya no tiene pretensiones de universalidad y su mejor historia sería la de sus arrepentimientos, sabemos que el sistema, para ser válido, ha de ser inseparable de su autor: Albert Camus

Los eventos que se presentaron en la Universidad para la XX Semana de la Comunicación, fueron tan penosos y anacrónicos, como sus insulsos y patéticos animadores: un cuarteto de andrajosos con aires de Mattelart trataban de encontrar el “verdadero” significado a un episodio de Los Simpson. Unos cuantos desocupados, descaradamente decían hacer “arte colectivo” con tres latas de pintura sobre una tela. Un festival de comidas cuyo plato principal eran los choclos de Primero “A”. Y lo peor, unas conferencias donde sólo asistían los panelistas y los organizadores, cuya acústica era tan mala, que cuando alguien hablaba en portugués, el resto entendía en italiano.
El fracaso fue total y sin atenuantes, y yo ya lo había previsto, por eso no fui más que a un evento, un foro-taller acerca de Investigación Científica y Nuevas Teorías Epistemológicas. A pesar del sugestivo título, la única relación de ese evento con la comunicación era la buena voluntad de la Facultad de Filosofía, quienes habían prestado un tema, unos expositores y unos asistentes, para intentar salvar los muebles de algún Titanic que hace mucho estaba en el fondo.
La principal figura de ese acto fue un filósofo y sociólogo, cuyo palmarés le tomó diez minutos de lectura al presentador: doctorados por aquí, postgrados por allá, maestrías más acá, conferencias en no sé cuantos países y premios hasta en el fin del mundo. Fue algo de antología, especialmente por las caras de babosos que tenían los profesores de la facultad.
Este laureado personaje habló en forma directamente proporcional a su fama y currículo: una hora con cincuenta y cuatro minutos, sin pausas más que las necesarias para respirar, tomar agua o reír por alguna idea jocosa.
Al finalizar el evento (duró tres horas y media en total), hallé al responsable de que ésa “industria de pensamientos” se encontrase en nuestros predios; él me dijo que se conocían desde muy jóvenes y me habló, a breves rasgos, sobre la historia intelectual de su brillante amigo.
Resulta que este hombre, ya a los 23 años, inició una carrera como investigador profesional. Sus primeros escritos giraron en torno al racismo y la xenofobia; en ellos advertía los principios de alteridad e interculturalidad como respuesta a las discriminaciones, y no los de tolerancia e hibridación como pensaba la mayoría.
Él decía que tolerancia es “soportar” a los demás porque ya no hay otra opción, es decir, “reconozco que El Otro existe y por lo tanto lo respeto, pero en la medida en que no se meta conmigo. En cambio, la alteridad e interculturalidad implican reconocer al Otro como alguien igual a mí, pero diferente a la vez, y desde ése punto, involucrarme en su subjetividad para tratar de entenderlo, despojándome de la mía”.
Luego de causar revuelo con estas ideas y sus implicaciones, decidió ahondar un sólo aspecto de su tema inicial: la discriminación femenina y equidad de género. Sus propuestas en este punto le valieron, en un principio, recriminaciones tanto de hombres como de mujeres. A Ellos no sólo los criticó por su machismo e impavidez, también los acusó de miedosos, ineptos y esquizofrénicos, porque “sólo ataco al Otro por el miedo que me produce mi propia incapacidad para defender racionalmente una posición, cuando reconozco a ese Otro mejor preparado que yo.” Además, “sólo con un trastorno mental sería capaz de dañar, sin mayor motivo, a aquel Otro que me acompaña, me ayuda y me beneficia”. De otro lado, a Ellas las acusó de sentimentalistas y cerradas puesto que “o son pasivas ante las agresiones del novio, padre o hermano, argumentando amor y respeto; o en su defecto, las que pelean contra la opresión femenina, no tienen en cuenta un pequeño detalle: los hombres; como si Ellas fuesen las únicas en el mundo, dejando ver que su propuesta no es equidad, sino “virar la tortilla”.
Para cuando terminó sus propuestas de género, tenía varios títulos, entre ellos, una maestría en Teoría Política. Esto último, junto al hecho de haber vivenciado algunas dictaduras, lo motivaron a dedicarse al tema de la democracia. Así consiguió, internacionalmente, muchos adversarios y unos cuantos colaboradores.
Con tratados en los que denunciaba a EE.UU. “como un imperio expansionista que se mueve bajo fines y modelos semejantes a los que usó Roma para dominar descaradamente a los pueblos más indefensos bajo esquemas hipócritamente legales”, capturó la aceptación de grandes personaje irreverentes ante el poder hegemónico. Con su estudio sobre la “colonialidad interna y el neocolonialismo” motivó la creación de una escuela de pensamiento propiamente latinoamericana llamada: Estudios Subalternos. Pero así mismo, cuando criticó a estos defensores del pueblo diciendo que “todas sus posiciones se basan en localismos y por lo tanto son igual de homogenizantes e impositivas que las imperialistas, como si ahora América Latina fuese el centro del mundo, en lugar de Europa o EE.UU.”; entonces terminó prácticamente solo, al amparo de unos cuantos colegas que lo secundaron, más por afecto que por convicción.
De esta forma luchó varios años, criticando las contradicciones y debilidades que cada sistema teórico padecía, siempre firme en sus ideas, a pesar de los ataques y el abandono; siempre convencido de que se podían alcanzar soluciones globales sin sacrificar a los sujetos. Y en esas condiciones es cuando encontró un gran interés por la comunicación discursiva.
En esta nueva etapa trabajó durante muchos años en un proyecto para analizar “las estructuras que comúnmente tienen los argumentos, la necesidad de argumentar racionalmente bajo ciertos principios universales y, principalmente, la importancia de una comunicación basada en críticas y argumentaciones bien fundamentados para llegar a una solución consensuada sobre cualquier discordia”. De esta forma, él concluía que “una teoría de los consensos, bien conocida y bien aplicada, es el camino que deberá tomar la humanidad para enfrentar sus conflictos, conforme vaya enriqueciendo su pensamiento racional”.
Actualmente y desde hace seis años, él se halla trabajando en varios temas orientados a criticar los efectos del sistema en los individuos y el mundo. En este sentido, tiene un par de ensayos en los que denuncia “la lógica tendencialmente suicida del capitalismo’, que obliga a las personas a destruirse a sí mismas y a su entorno sólo por el absurdo afán de eficiencia, impuesto por el sistema”; también critica “las nuevas formas de castigo generalizado con que se calla y controla a los individuos, en reemplazo de los suplicios usados en la antigüedad” todas aquellas formas igual de efectivas, pero mejor disimuladas, basadas en el miedo y los prejuicios.
Al saber semejantes maravillas, no pensé un segundo antes de pedirle (rogarle) que me lo presentaran, que me permitieran conocerlo. Un hombre lleno de buenas ideas; tan sabio e irreverente como para defender lo que parece indefendible y al final terminar ganando; una persona que no claudica ni descansa en su noble trabajo; alguien de ésas características era con quien siempre había deseado hablar, al menos cinco minutos.
Pero todo ese torrente de ilusiones se evaporó cuando me dijo que no era conveniente, porque solía molestarse con los extraños que sin más, se acercaban confianzudamente para elogiarlo, conversar o dar una opinión sobre sus trabajos.
Con una oleada de asombro y vergüenza en el rostro, le pregunté cómo era posible que alguien tan progresista y conciente pudiera tener esas actitudes intransigentes. Entonces me relató las anécdotas que aquí transcribo –lo más fielmente posible- acerca de la vida personal de este hombre:
EN LA PRESENTACIÓN DE UNO DE SUS LIBROS…
Ya cuando había terminado el acto y salíamos del auditorio, un muchacho se acercó para que él le firmase uno de sus libros; luego, le pidió amablemente que le explicase algo acerca de su teoría de la argumentación que no comprendía, pero él, a regañadientes, sólo le habló unas cuantas cosas sin valor, ni sentido. Entonces el muchacho le dijo que no estaba totalmente de acuerdo con su teoría de los consensos porque pensaba que el conflicto es muchas veces necesario.
Ése fue su error. Rojo de ira le dijo:
-Mira jovencito descarado, por qué no vas a estar bailando con tus amigotes en alguno de esos huecos o jugando Play-Station. Yo soy un hombre de verdad, no estás pidiendo autógrafos a uno de tus cantantes de alaridos. Mejor sal y no te metas en cosas de adultos responsables.
Luego, el muchacho se marchó azorado y con los ojos vidriosos.
UN FIN DE SEMANA EN SU CASA…
Me invitó a almorzar para que conociese más a su familia, pero llegué antes del medio día para ayudar. Me recibió la esposa y me dejó en la sala con él, quien había estado leyendo el periódico, mientras ella y la hija seguían cocinando.
Hablamos de unas cuantas cosas y al final le propuse:
-Vamos a ayudar a tus mujeres que parecen ocupadas.
-No te preocupes. Ésas son cosas de ellas. Pueden arreglarse solas- me respondió. Y resignado, seguí conversando, mientras la madre regañaba a la hija por no revisar el horno, mientras batía los huevos.
Al rato apareció su hijo y la madre le dijo:
-Mueve la sartén, por favor, tengo que hacer algo más- pero el hijo, con aspavientos, respondió:
-Yo no entro a la cocina y menos con ése olor que hay. ¿Y para eso no está mi ñaña? Esas son cosas de ustedes, además tengo que ir a recoger un CD donde unos panas.
Cuando el hijo estaba en la salida, sus padres le dijeron:
-Regresa pronto que ya mismo está la comida-, pero él ni siquiera regresó a ver y se marchó tirando la puerta.

A la hora de comer estábamos en la mesa cuatro personas, pero sólo mi amigo y yo hablábamos, hasta que la señora hizo un comentario insinuando a su esposo que no era bueno que pasara sólo en sus libros y sus investigaciones.

Él abrió los ojos como platos y conteniendo un grito amenazante y sarcástico, le dijo:
-Mi amor, ¿Cuántas veces le he dicho que no se meta a hablar sobre lo que no sabe? ¿No ve que dice tonterías?
La mujer bajó el rostro al mantel y continuó comiendo, pero su hija despertó como de un letargo y habló sin mirarlo:
-De todos se puede aprender. ¿No es lo que dices?
-Si, pero de todos quienes sepan algo útil- respondió a su hija.

Ella también calló y siguió comiendo, mientras tanto, traté de tomar un nuevo tema para aliviar la tensión.
Al final, ya avanzada la tarde, llegó su hijo con la ropa sucia, un ojo cerrado por la hinchazón y tapándose la boca con la mano. Sus padres y yo nos asustamos y preguntamos qué le había pasado.
-No es nada- dijo -sólo que otra vez se cogieron la cancha esos longos apestosos de la 23 y como no se querían largar, les dimos una paliza con mis panas para que aprendan a no meterse donde va gente como nosotros… igual no se preocupen, ¡si hubieran visto como salieron ellos! -y con fingida sonrisa se metió en su cuarto, mientras su madre decía:
-¿Te caliento la comida, mijo?
Con aquel incidente, las cosas se volvieron bastante incómodas y me marché argumentando un terrible malestar estomacal. Fue una mala idea porque la señora terminó más preocupada pensando que era a causa de su comida.
UNA TARDE EN UN CAFÉ…
Durante varias horas habíamos hablado sobre su último viaje por Europa, hasta que le pregunté sobre su familia, para cambiar de tema, y con una cara de amargura me dijo:
-De no ser por mi querida hijita todo estaría bien.
-¿Por qué? ¿Qué pasó?- le pregunté
-Imagínate- me dijo -se le ocurrió invitar a su novio a casa para presentárnoslo. La idea no me gustó desde el principio, porque eso de llevar a los enamorados donde los padres me suena a compromiso serio; pero igual, no se lo impedí. El sábado que habíamos pactado llegó el muchacho puntualmente, pasó, se sentó y empezamos a conversar. Te digo que no me desagradó mucho, porque en realidad me esperaba un mocoso más bobo que ella, y por eso lo traté muy bien. Luego del almuerzo él se quedó hablando un rato con mi hija y finalmente se fue, siempre sonriente y comedido (entonces hizo una pausa para beber agua) hasta ahí no hubo drama, pero esa noche, cuando ya iba al dormitorio, alcancé a escuchar a mi hija, mientras hablaba con su madre, decir que quería casarse lo más pronto con su querido, si es posible antes de graduarse. Entonces entré para poner en orden esas ideas absurdas y se armó un escándalo terrible, porque la muchachita no aceptaba dar marcha atrás. Así pasaron tres días y ella ni me miraba, hasta que una noche, mi esposa me dijo que la comprenda porque el muchacho había sido el primero con que el que se acostaba ( bebió más agua y continuó ). ¡Imagínate, como si estuviésemos en la edad media! Sólo le dio un poco de sexo y quiere fregarse la vida entera junto a un estudiante de Artes sin ningún futuro… ese momento fui a verla para acabar con el asunto de una vez por todas. No le iba a golpear, por más que sea mi hija nunca lo he hecho porque tú sabes mis ideas sobre género, pero sí le advertí que si no se olvidaba de ese andrajoso fracasado, no iba a tener graduación, casa, familia, universidad ni nada (se calmó y tomó unos sorbos más de agua).
-¿Y al final en qué quedaron?- pregunté.
-Creo que ya se le ha pasado. Todavía se comporta áspera, lejana, pero al menos ya pasa más tiempo en la casa y no habla de su querido. Pienso que ya entendió que es por el bien de ella.
Luego de aquello hicimos planes para vernos de nuevo y nos marchamos cada uno por nuestro lado.
NUEVAMENTE EN SU CASA…
Esta escena fue la que más me impactó. Llegué un día a visitarlo porque ya habíamos arreglado por teléfono la cita. Estuve todo el día con su familia y todo iba bien –dentro de lo que cabía-, hasta que entrada la noche llegó su hijo bastante alterado y se metió en su cuarto sin saludar.
-Buenas noches perros- espetó a su hijo mientras éste tiraba la puerta de su cuarto.
Entonces él se levantó y fue en busca del muchacho. Entró al cuarto y a través de la puerta cerrada, se escuchaban murmullos de una acalorada discusión. Yo trataba de disimular conversando con las dos mujeres que me acompañaban hasta que oímos tronar la puerta de nuevo.
Primero salió el muchacho soplando furibundo como un toro, y cuando se aprestaba a salir, su padre desde el otro lado del pasillo le gritó:
-¡Eso, lárgate! ¡Vago bueno para nada! ¡Fracaso de hombre!- y bajando el tono - par de mediocres fracasados. Tú y tu hermana son igualitos. La misma pendejada. No pueden ver más allá de sus propias narices.
Entonces el muchacho se volteó y con una sonrisa burlona le preguntó:
-¿Y quién te crees tú para acusarnos de fracasados o mediocres?
-¿Eres tan tonto, tan bestia?- le respondió indignado –No ves el respeto y la admiración que me tiene la gente. ¿O eres tan inútil que ni siquiera te has dado cuenta del gran hombre que tienes por padre? Inteligente, respetado, exitoso.
-¿Exitoso?- dijo el muchacho con sorna –papá, todos tus libros son muy buenos, tienen un montón de bonitas intenciones y todo lo demás… lo que no me entra en la cabeza es cómo te pueden admirar tanto, si como tú mismo dices: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.
Ambos se quedaron un momento en silencio y luego su hijo se marchó. Yo me sentía tan incómodo que salí enseguida, sin decir nada, cerrando la puerta detrás de mí.


*Paúl Miño Armijos, Quito 1985. Estudió Comunicación Social en la Universidad Salesiana. Profesor secundario de Literatura. Ha realizado en el marco de los Talleres de Literatura de la CCE una Antología del Cuento Fantástico Ecuatoriano que K-Oz Editorial quisiera publicar. Miembro fundador del Grupo Literario la K-bezuhela en cuya colección publica sus Cuentos Involuntarios.