vendredi 1 février 2008

SERIE UNA GENERACIÓN FRACTAL

Imagen Frida Kalho

TRACTUS FILOSOFICUS

Paul Miño Armijos*


Pensar es, ante todo, pretender crear un mundo […] hoy, cuando el pensamiento ya no tiene pretensiones de universalidad y su mejor historia sería la de sus arrepentimientos, sabemos que el sistema, para ser válido, ha de ser inseparable de su autor: Albert Camus

Los eventos que se presentaron en la Universidad para la XX Semana de la Comunicación, fueron tan penosos y anacrónicos, como sus insulsos y patéticos animadores: un cuarteto de andrajosos con aires de Mattelart trataban de encontrar el “verdadero” significado a un episodio de Los Simpson. Unos cuantos desocupados, descaradamente decían hacer “arte colectivo” con tres latas de pintura sobre una tela. Un festival de comidas cuyo plato principal eran los choclos de Primero “A”. Y lo peor, unas conferencias donde sólo asistían los panelistas y los organizadores, cuya acústica era tan mala, que cuando alguien hablaba en portugués, el resto entendía en italiano.

El fracaso fue total y sin atenuantes, y yo ya lo había previsto, por eso no fui más que a un evento, un foro-taller acerca de Investigación Científica y Nuevas Teorías Epistemológicas. A pesar del sugestivo título, la única relación de ese evento con la comunicación era la buena voluntad de la Facultad de Filosofía, quienes habían prestado un tema, unos expositores y unos asistentes, para intentar salvar los muebles de algún Titanic que hace mucho estaba en el fondo.
La principal figura de ese acto fue un filósofo y sociólogo, cuyo palmarés le tomó diez minutos de lectura al presentador: doctorados por aquí, postgrados por allá, maestrías más acá, conferencias en no sé cuantos países y premios hasta en el fin del mundo. Fue algo de antología, especialmente por las caras de babosos que tenían los profesores de la facultad.

Este laureado personaje habló en forma directamente proporcional a su fama y currículo: una hora con cincuenta y cuatro minutos, sin pausas más que las necesarias para respirar, tomar agua o reír por alguna idea jocosa.

Al finalizar el evento (duró tres horas y media en total), hallé al responsable de que ésa “industria de pensamientos” se encontrase en nuestros predios; él me dijo que se conocían desde muy jóvenes y me habló, a breves rasgos, sobre la historia intelectual de su brillante amigo.
Resulta que este hombre, ya a los 23 años, inició una carrera como investigador profesional. Sus primeros escritos giraron en torno al racismo y la xenofobia; en ellos advertía los principios de alteridad e interculturalidad como respuesta a las discriminaciones, y no los de tolerancia e hibridación como pensaba la mayoría.

Él decía que tolerancia es “soportar” a los demás porque ya no hay otra opción, es decir, “reconozco que El Otro existe y por lo tanto lo respeto, pero en la medida en que no se meta conmigo. En cambio, la alteridad e interculturalidad implican reconocer al Otro como alguien igual a mí, pero diferente a la vez, y desde ése punto, involucrarme en su subjetividad para tratar de entenderlo, despojándome de la mía”.

Luego de causar revuelo con estas ideas y sus implicaciones, decidió ahondar un sólo aspecto de su tema inicial: la discriminación femenina y equidad de género. Sus propuestas en este punto le valieron, en un principio, recriminaciones tanto de hombres como de mujeres. A Ellos no sólo los criticó por su machismo e impavidez, también los acusó de miedosos, ineptos y esquizofrénicos, porque “sólo ataco al Otro por el miedo que me produce mi propia incapacidad para defender racionalmente una posición, cuando reconozco a ese Otro mejor preparado que yo.” Además, “sólo con un trastorno mental sería capaz de dañar, sin mayor motivo, a aquel Otro que me acompaña, me ayuda y me beneficia”. De otro lado, a Ellas las acusó de sentimentalistas y cerradas puesto que “o son pasivas ante las agresiones del novio, padre o hermano, argumentando amor y respeto; o en su defecto, las que pelean contra la opresión femenina, no tienen en cuenta un pequeño detalle: los hombres; como si Ellas fuesen las únicas en el mundo, dejando ver que su propuesta no es equidad, sino “virar la tortilla”.

Para cuando terminó sus propuestas de género, tenía varios títulos, entre ellos, una maestría en Teoría Política. Esto último, junto al hecho de haber vivenciado algunas dictaduras, lo motivaron a dedicarse al tema de la democracia. Así consiguió, internacionalmente, muchos adversarios y unos cuantos colaboradores.

Con tratados en los que denunciaba a EE.UU. “como un imperio expansionista que se mueve bajo fines y modelos semejantes a los que usó Roma para dominar descaradamente a los pueblos más indefensos bajo esquemas hipócritamente legales”, capturó la aceptación de grandes personaje irreverentes ante el poder hegemónico. Con su estudio sobre la “colonialidad interna y el neocolonialismo” motivó la creación de una escuela de pensamiento propiamente latinoamericana llamada: Estudios Subalternos. Pero así mismo, cuando criticó a estos defensores del pueblo diciendo que “todas sus posiciones se basan en localismos y por lo tanto son igual de homogenizantes e impositivas que las imperialistas, como si ahora América Latina fuese el centro del mundo, en lugar de Europa o EE.UU.”; entonces terminó prácticamente solo, al amparo de unos cuantos colegas que lo secundaron, más por afecto que por convicción.

De esta forma luchó varios años, criticando las contradicciones y debilidades que cada sistema teórico padecía, siempre firme en sus ideas, a pesar de los ataques y el abandono; siempre convencido de que se podían alcanzar soluciones globales sin sacrificar a los sujetos. Y en esas condiciones es cuando encontró un gran interés por la comunicación discursiva.

En esta nueva etapa trabajó durante muchos años en un proyecto para analizar “las estructuras que comúnmente tienen los argumentos, la necesidad de argumentar racionalmente bajo ciertos principios universales y, principalmente, la importancia de una comunicación basada en críticas y argumentaciones bien fundamentados para llegar a una solución consensuada sobre cualquier discordia”. De esta forma, él concluía que “una teoría de los consensos, bien conocida y bien aplicada, es el camino que deberá tomar la humanidad para enfrentar sus conflictos, conforme vaya enriqueciendo su pensamiento racional”.

Actualmente y desde hace seis años, él se halla trabajando en varios temas orientados a criticar los efectos del sistema en los individuos y el mundo. En este sentido, tiene un par de ensayos en los que denuncia “la lógica tendencialmente suicida del capitalismo’, que obliga a las personas a destruirse a sí mismas y a su entorno sólo por el absurdo afán de eficiencia, impuesto por el sistema”; también critica “las nuevas formas de castigo generalizado con que se calla y controla a los individuos, en reemplazo de los suplicios usados en la antigüedad” todas aquellas formas igual de efectivas, pero mejor disimuladas, basadas en el miedo y los prejuicios.

Al saber semejantes maravillas, no pensé un segundo antes de pedirle (rogarle) que me lo presentaran, que me permitieran conocerlo. Un hombre lleno de buenas ideas; tan sabio e irreverente como para defender lo que parece indefendible y al final terminar ganando; una persona que no claudica ni descansa en su noble trabajo; alguien de ésas características era con quien siempre había deseado hablar, al menos cinco minutos.

Pero todo ese torrente de ilusiones se evaporó cuando me dijo que no era conveniente, porque solía molestarse con los extraños que sin más, se acercaban confianzudamente para elogiarlo, conversar o dar una opinión sobre sus trabajos.
Con una oleada de asombro y vergüenza en el rostro, le pregunté cómo era posible que alguien tan progresista y conciente pudiera tener esas actitudes intransigentes. Entonces me relató las anécdotas que aquí transcribo –lo más fielmente posible- acerca de la vida personal de este hombre:

Imagen Edward Munch

EN LA PRESENTACIÓN DE UNO DE SUS LIBROS…

Ya cuando había terminado el acto y salíamos del auditorio, un muchacho se acercó para que él le firmase uno de sus libros; luego, le pidió amablemente que le explicase algo acerca de su teoría de la argumentación que no comprendía, pero él, a regañadientes, sólo le habló unas cuantas cosas sin valor, ni sentido. Entonces el muchacho le dijo que no estaba totalmente de acuerdo con su teoría de los consensos porque pensaba que el conflicto es muchas veces necesario.

Ése fue su error. Rojo de ira le dijo:
-Mira jovencito descarado, por qué no vas a estar bailando con tus amigotes en alguno de esos huecos o jugando Play-Station. Yo soy un hombre de verdad, no estás pidiendo autógrafos a uno de tus cantantes de alaridos. Mejor sal y no te metas en cosas de adultos responsables.
Luego, el muchacho se marchó azorado y con los ojos vidriosos.

UN FIN DE SEMANA EN SU CASA…

Me invitó a almorzar para que conociese más a su familia, pero llegué antes del medio día para ayudar. Me recibió la esposa y me dejó en la sala con él, quien había estado leyendo el periódico, mientras ella y la hija seguían cocinando.

Hablamos de unas cuantas cosas y al final le propuse:
-Vamos a ayudar a tus mujeres que parecen ocupadas.
-No te preocupes. Ésas son cosas de ellas. Pueden arreglarse solas- me respondió. Y resignado, seguí conversando, mientras la madre regañaba a la hija por no revisar el horno, mientras batía los huevos.
Al rato apareció su hijo y la madre le dijo:
-Mueve la sartén, por favor, tengo que hacer algo más- pero el hijo, con aspavientos, respondió:
-Yo no entro a la cocina y menos con ése olor que hay. ¿Y para eso no está mi ñaña? Esas son cosas de ustedes, además tengo que ir a recoger un CD donde unos panas.
Cuando el hijo estaba en la salida, sus padres le dijeron:
-Regresa pronto que ya mismo está la comida-, pero él ni siquiera regresó a ver y se marchó tirando la puerta.

A la hora de comer estábamos en la mesa cuatro personas, pero sólo mi amigo y yo hablábamos, hasta que la señora hizo un comentario insinuando a su esposo que no era bueno que pasara sólo en sus libros y sus investigaciones.

Él abrió los ojos como platos y conteniendo un grito amenazante y sarcástico, le dijo:
-Mi amor, ¿Cuántas veces le he dicho que no se meta a hablar sobre lo que no sabe? ¿No ve que dice tonterías?
La mujer bajó el rostro al mantel y continuó comiendo, pero su hija despertó como de un letargo y habló sin mirarlo:
-De todos se puede aprender. ¿No es lo que dices?
-Si, pero de todos quienes sepan algo útil- respondió a su hija.

Ella también calló y siguió comiendo, mientras tanto, traté de tomar un nuevo tema para aliviar la tensión.

Al final, ya avanzada la tarde, llegó su hijo con la ropa sucia, un ojo cerrado por la hinchazón y tapándose la boca con la mano. Sus padres y yo nos asustamos y preguntamos qué le había pasado.
-No es nada- dijo -sólo que otra vez se cogieron la cancha esos longos apestosos de la 23 y como no se querían largar, les dimos una paliza con mis panas para que aprendan a no meterse donde va gente como nosotros… igual no se preocupen, ¡si hubieran visto como salieron ellos! -y con fingida sonrisa se metió en su cuarto, mientras su madre decía:

-¿Te caliento la comida, mijo?
Con aquel incidente, las cosas se volvieron bastante incómodas y me marché argumentando un terrible malestar estomacal. Fue una mala idea porque la señora terminó más preocupada pensando que era a causa de su comida.
UNA TARDE EN UN CAFÉ…
Durante varias horas habíamos hablado sobre su último viaje por Europa, hasta que le pregunté sobre su familia, para cambiar de tema, y con una cara de amargura me dijo:
-De no ser por mi querida hijita todo estaría bien.

-¿Por qué? ¿Qué pasó?- le pregunté
-Imagínate- me dijo -se le ocurrió invitar a su novio a casa para presentárnoslo. La idea no me gustó desde el principio, porque eso de llevar a los enamorados donde los padres me suena a compromiso serio; pero igual, no se lo impedí. El sábado que habíamos pactado llegó el muchacho puntualmente, pasó, se sentó y empezamos a conversar. Te digo que no me desagradó mucho, porque en realidad me esperaba un mocoso más bobo que ella, y por eso lo traté muy bien. Luego del almuerzo él se quedó hablando un rato con mi hija y finalmente se fue, siempre sonriente y comedido (entonces hizo una pausa para beber agua) hasta ahí no hubo drama, pero esa noche, cuando ya iba al dormitorio, alcancé a escuchar a mi hija, mientras hablaba con su madre, decir que quería casarse lo más pronto con su querido, si es posible antes de graduarse. Entonces entré para poner en orden esas ideas absurdas y se armó un escándalo terrible, porque la muchachita no aceptaba dar marcha atrás. Así pasaron tres días y ella ni me miraba, hasta que una noche, mi esposa me dijo que la comprenda porque el muchacho había sido el primero con que el que se acostaba ( bebió más agua y continuó ). ¡Imagínate, como si estuviésemos en la edad media! Sólo le dio un poco de sexo y quiere fregarse la vida entera junto a un estudiante de Artes sin ningún futuro… ese momento fui a verla para acabar con el asunto de una vez por todas. No le iba a golpear, por más que sea mi hija nunca lo he hecho porque tú sabes mis ideas sobre género, pero sí le advertí que si no se olvidaba de ese andrajoso fracasado, no iba a tener graduación, casa, familia, universidad ni nada (se calmó y tomó unos sorbos más de agua).
-¿Y al final en qué quedaron?- pregunté.

-Creo que ya se le ha pasado. Todavía se comporta áspera, lejana, pero al menos ya pasa más tiempo en la casa y no habla de su querido. Pienso que ya entendió que es por el bien de ella.
Luego de aquello hicimos planes para vernos de nuevo y nos marchamos cada uno por nuestro lado.


NUEVAMENTE EN SU CASA…

Esta escena fue la que más me impactó. Llegué un día a visitarlo porque ya habíamos arreglado por teléfono la cita. Estuve todo el día con su familia y todo iba bien –dentro de lo que cabía-, hasta que entrada la noche llegó su hijo bastante alterado y se metió en su cuarto sin saludar.
-Buenas noches perros- espetó a su hijo mientras éste tiraba la puerta de su cuarto.
Entonces él se levantó y fue en busca del muchacho. Entró al cuarto y a través de la puerta cerrada, se escuchaban murmullos de una acalorada discusión. Yo trataba de disimular conversando con las dos mujeres que me acompañaban hasta que oímos tronar la puerta de nuevo.

Primero salió el muchacho soplando furibundo como un toro, y cuando se aprestaba a salir, su padre desde el otro lado del pasillo le gritó:

-¡Eso, lárgate! ¡Vago bueno para nada! ¡Fracaso de hombre!- y bajando el tono - par de mediocres fracasados. Tú y tu hermana son igualitos. La misma pendejada. No pueden ver más allá de sus propias narices.
Entonces el muchacho se volteó y con una sonrisa burlona le preguntó:
-¿Y quién te crees tú para acusarnos de fracasados o mediocres?
-¿Eres tan tonto, tan bestia?- le respondió indignado –No ves el respeto y la admiración que me tiene la gente. ¿O eres tan inútil que ni siquiera te has dado cuenta del gran hombre que tienes por padre? Inteligente, respetado, exitoso.
-¿Exitoso?- dijo el muchacho con sorna –papá, todos tus libros son muy buenos, tienen un montón de bonitas intenciones y todo lo demás… lo que no me entra en la cabeza es cómo te pueden admirar tanto, si como tú mismo dices: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.

Ambos se quedaron un momento en silencio y luego su hijo se marchó. Yo me sentía tan incómodo que salí enseguida, sin decir nada, cerrando la puerta detrás de mí.


*Paúl Miño Armijos, Quito 1985. Estudió Comunicación Social en la Universidad Salesiana. Profesor secundario de Literatura. Ha realizado en el marco de los Talleres de Literatura de la CCE una Antología del Cuento Fantástico Ecuatoriano que K-Oz Editorial quisiera publicar. Miembro fundador del Grupo Literario la K-bezuhela en cuya colección publica sus Cuentos Involuntarios.

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