jeudi 7 février 2008

SERIE UNA GENERACIÓN FRACTAL



BAILANDO CON TOULOUSE


JUAN PABLO MOGROVEJO*

Heme aquí, sentada con las arañas en la espalda. Vestida de algo peor que la muerte, vestida con una vida que se ha venido tan lenta, que sus horas las podría contar con mis dedos, aunque han sido varias. Horas que han pasado tan despacio que aun veo mis sueños sentados en el Moulin, aun me pierdo en las páginas de libros que mi mente llama nubes, porque me llevaban a asir el cielo donde me he visto correr arrancando mis vestidos, cambiándolos por un alma alada.

Muerte, si vinieras de un solo golpe, te llamaría mi redentora.

Tiempo atrás, cuando era una señorita que no gozaba de una gran admiración entre todos los parisinos, entre todos los que frecuentaban el cabaret y se mezclaban con la música, el baile y una que otra copa, pero que tenía mucho para dar.

Me envuelven los recuerdos de cuando lucia mi encanto y gustaba de la fantasía de ser como Cleopatra, una reina capaz de dominar los corazones y la razón de todo cuanto cayera preso en sus brazos y sus encantos. Así me creía yo entre la bohemia y los artistas de todo tipo -con o sin dinero- lo que importaba eran ellos que buscaban saciar unas ganas increíbles de pasar las penas entre grandes alegrías, pasajeras pero grandes y, lo mejor -tanto para ellos como para mi- era que los problemas se quedaban afuera, en las puertas o esperando en las calles mientras la diversión quemaba las miradas por largas horas adentro.

Sus desilusiones, desventuras, dilemas, se sentaban en las veredas aguardando a que salieran, para que se los pusieran de nuevo.

Ah! qué vida la de los bohemios, los problemas, las penas y las nostalgias se encargan de darle un tono mas oscuro a sus sombras, y siempre van ahí, como perros falderos, colgados de los bolsillos, porque ni siquiera dentro, sino colgados de los bolsillos, esparciéndose como un veneno que ha ingresado por los labios con el objetivo de llegar a sus corazones. Un mal necesario que, si se lo ve desde cierta perspectiva puede ser un aliado para salir del común factor que consume a todos los mortales (ricos o pobres, es igual).

La unidirección del pensamiento es un tedio para quienes viven o mueren buscando nuevas verdades. ¿Única dirección?, ¿existe acaso?, claro que no, y la sola idea de concebir tan maltrecho pensamiento es algo que el arte repudiaba, repudia y estoy segura, repudiará, como si fuese un pecado capital y, ¡no señor! , en la bohemia se aprende a vivir con el enemigo que se lleva por dentro, y se busca, aunque sea por el amor a las utopías que, se duerma, exclama a gritos que hay que buscar otros caminos, que hay que plantear nuevos retos, buscar la realización de los sueños y así fue Toulouse.

Con una mirada que siempre estaba extraña a lo común, una mirada que se perdía en el tiempo, sus manos estaban en su cuerpo pero parecía que tenían vida propia, demostraban una magnifica habilidad por captar hasta los mas pequeños detalles para convertirlos en grandes sueños atrapados en color, en inimaginables fotografías de las emociones. El nunca se rendía ante las interrogantes de la vida, y creo que por eso- entre otras cosas- me perdí en él, por todo lo que admiraba de él.




Tres días marcaron una gran diferencia en mi vida, dando fuerza a mi existencia:

La primera vez fue…, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, lo tengo tan presente que si tuviese alguien por quien jurar, diría que fue hace unos minutos, o cuando más, hoy en la mañana. En realidad para ese día yo no colgaba en mis muros mayores esperanzas de que algo fuera distinto a cualquier otro, la rutina era la misma, había música alegre y todos festejaban, bebían y celebraban, y si había algo que estuviera profundamente en contraste con toda esa alegría, esa era yo.

Aunque sonreía hacia fuera, por dentro mi alma era una taciturna manifestación de vida, y prefería cada vez que se presentaba la oportunidad para mantenerme en mi anonimato no salir a bailar y quedarme sentada, yo era una sombra bajo las luces del Moulin Rouge.

Yo no creía en nada en aquellos momentos hasta que apareció él.

Vino con sus piernas frágiles, caminando entre apresurado y resquebrajado, con su barba alocada y unos ojos profundos que llamaron mi atención; no tenía la gallardía de su nombre pero si el hechizo de su ser. Se sentó en una mesa que daba a una ventana, como si quisiera estar entre dos mundos: en el placer mezclado con la magia del Moulin Rouge y en el espacio bañado por la luna que dejaba caer impresiones de luz sobre la ciudad, allá afuera. Lo recuerdo muy bien porque no podía dejar de observarlo. Aunque no me parecía físicamente atractivo, el poder de sus ojos y su sonrisa que desairaba cualquier mala interpretación de un ser cualquiera, me cautivaba y envolvía y porque no …me seducía.

Si, fue extraño y profundamente enigmático mi encuentro con un amor que me acompañó hasta ahora, el día en que he de morir.

Había entrado por la puerta un ser que me resultaba conocido, y no sé porque, pero lo sentí como mi propio yo. Pidió una copa de vino y entre cada sorbo hacía una pausa para observar muy detenidamente cada rincón del lugar, eso también lo tengo muy presente porque aquella actitud me cautivó tanto, que provocó en mí una ansiedad de hacer algo que aunque suena risible, y, no había hecho nunca, durante mi permanencia en el Moulin. Compré dos tragos, uno se lo envié sin que supiera quien fue, el otro, lo sostuve en mis manos y lo imitaba en todo, simplemente dejé que mis ojos se dirigiesen a cada rincón que él veía. Fue una sensación profundamente extraña para mí porque no lo había hecho antes y, no es que las demás lo hicieran, no, no es eso lo que hablo, sino de mi necesidad de hacer algo tan infantil. Me sentía como una niña jugando a ser mayor, pero no me arrepiento... no me equivoqué.
Por primera vez me percataba de la luz sobre los cristales de las botellas, vasos o cualquier otra cosa de aquel cabaret.

Luego sacó un pedazo de papel y una sanguina y comenzó toda una danza, una armoniosa danza del color y la prisa, y desde el instante en que vi magia al hacer sus trazos como si estuviese jugando, como si pudiese captar algo que nadie más veía, como si estuviese en otra dimensión. Esa magia me cautivó y al mismo tiempo me confundía-, porque me produjo un encuentro de emociones y un cruce de sentimientos, ya que yo nunca antes había podido ver nada, aunque yo había estado allí mucho más que él, y, había estado en contacto con todo, muchas más veces que él, pero al imitarlo, todo fue tan diferente.

Cuando intentaba buscar en el ambiente algo que pudiera estar -no sé- retumbando, tan solo me dirigía a mi interior y me encontraba con mi amargura, con ese dolor que, aun lo siento dentro, pero ese momento de gloria sobre el papel había encontrado su dios, a mi querido pintor, y, yo había encontrado la belleza en el enigma, y ese día se aferró en mis entrañas.

Las horas empezaban a caminar sobre los cuerpos, él recogió sus trazos y se fue, su actitud me decía que volvería, y decidí esperarlo… Pasaron varios días y no había vuelto, pregunté a Jane, a Chao, si lo habían visto las noches que estuve enferma y debí quedarme en cama, pero me dijeron que no, y que él era así, que aparecía cuando uno menos se lo esperaba; y no fue hasta después de tres semanas que nuevamente entró con sus ojos profundos y sus piernas maltrechas, parecía como si hubiera estado enfermo él también, no me atreví a acercarme a preguntárselo, aunque por dentro me inquietaba saber que había sido de su vida durante esos días, pero cuando sentí un impulso fuerte como un embrujo por ir a su mesa, recordé que ni se había fijado en mí la primera vez y que me iba a creer una loca, así que di media vuelta y subí al escenario a bailar -¿para quién?, ¿para los bohemios que ya estaban ebrios apoyándose en los barandales?, ¿para los aristócratas que estaban sentados en sus mesas llenas de tertulia mas dulcemente embriagadora que el ajenjo y el vino?, ¿para la vida que se presentaba como la larga pista de baile de este cabaret?, ¿para esas manos que me atrapaban en el sortilegio de captar toda la euforia del lugar y plasmar su encanto?.

No, definitivamente, no lo sabía, pero si estoy muy segura de que el ritmo y la alegría me llegó como un rayo y todo me dictaba que me olvide de todos mis males y empiece a viajar porque todo estaba para disfrutar de aquel momento, y, mis sentidos al igual que mi mente se dejaban invadir del aroma de jazmín de mis vestidos, llevando a mi cuerpo a sentirse ligero y sagaz, como un velo de seda elevándose con las notas y pasos de la quadrille, y que una vez en el aire, una vez en el infinito se deslizaba con fuerza arremetiendo mis instintos y empujándome a jugar a una valkiria de Wagner surcando un mar en el cielo y, me dejaba ir, o mejor , debo decir que dejaba a mi mente irse, buscando todas las emociones posibles de una lujuria enfurecida y la pasión de un cuerpo que ardía y era capaz de volcar toda vida por un poco de magia entre el deseo y la sensualidad.









De pronto ya no era yo, la del Moulin, sino una bailarina en una habitación totalmente desnuda que recorría y jugueteaba entre los dedos de un pintor que no se fijaba en su musa, ahí estaba yo, toda diminuta entre sus manos como una gota sobre una hoja, y entre cada piruette, mi ser se expandía para llegar a su dimensión y ser una mujer (y no mi monstruo) entre sus brazos, de súbito me volcaba al piso a besar sus piernas y deslizarme por toda su cuerpo, él me miraba y sus ojos se tornaban cada vez más profundos

« “Quiero atrapar cada efluvio que despida tu forma, cada gota de transpiración, y volcar mi boca en tu pecho», me decía.

« Voy a ser el impío que profane en total placer y goce el secreto de tu deseo, y no sentir mas que nuestra desnudez en esta vida, y no quiero un solo rastro de vacilación Quiero pintar en tu cuerpo, mientras hago míos tus senos y, hasta que tus sentidos hayan derramado todas tus lagrimas, pero no de dolor sino de un goce perpetuo, y no parar de construir un santuario, donde nuestro sexo sea el dios a venerar. Entre tus caderas está mi cordura y mi sensatez ya la perdí cuando tu pudor de mujer frágil se cayó en el suelo buscándote unas alas para volverte un ángel de mi mundo. No quiero, ni siquiera pretendo, manchar este momento con el recuerdo de quienes haz conocido en el Moulin porque ahora tu alcoba y tu refugio soy yo. Sí, tu refugio y tu alcoba soy yo, aunque irónicamente me siento al mismo tiempo prisionero de tus piernas».

Y yo, mientras lo escuchaba, sentía como sus manos se deslizaban por mis pechos jadeante hasta arquear mi espalda y sentir como el sexo lleno nos elevaba entre mordidas y transpiración. En mi, tan solo estaba esa valkiria que deseaba sentir la vida a través del desenfreno y al punto de llegar, de venir, de un orgasmo; abrí lentamente mis ojos y alcancé a ver como levantaba sus dibujos y salía muy lentamente del cabaret. Y la valkiria, debía despertar, volver a la realidad.


Era ya mucho más de media noche, y todos los bohemios, y demás hijos de la oscuridad se retiraban a reencontrarse con sus penas y dilemas sentados en la puerta del molino, la noche se había terminado pero no mi fantasía, no era aun tiempo de dejarme morir nuevamente, y envuelta todavía en mi éxtasis (mi imaginación, no quería dejar de volar) y, salí como los demás, caminando como alma nocturna, elucubrando, recogí los problemas que me esperaban en la vereda, y, me aliste a salir como era costumbre, pero ésta vez había en mí una nueva fuerza que con una voz muy cálida me decía que había vivido y que mientras lo desee lo podría hacer tantas veces como quiera y, claro que lo deseaba. Me dejé llevar por lo que quedaba de la madrugada.

A la mañana siguiente, traía en mi rostro una sonrisa que me salía como el sol de entre los demás astros, refulgente y soñador como un niño que esperaba con ansias aquel regalo que su padre traería en cualquier momento, Yo no esperaba nada prometido pero cualquier cosa me sabía diferente, de pronto mi oscuridad se volvía un destello que caminaba por el mundo y se desesperaba porque el mundo le resultaba pequeño… mi espíritu gritaba de emoción de al fin poder abrazar el deseo de sentirse presente en la ciudad.

Mientras caminaba por Montmartre, pude ver un cartel que ya estaba algo envejecido pero aun podían distinguirse letras de - La Revue Blanche-, y por esos colores que, aunque ya palidecidos por el tiempo, mas no por la desaparición de la euforia con que fueron pintados, supe inmediatamente que había sido hecho por aquellas manos que derramaban los jarrones de los sentimientos y, sus tonos alegres estaban tan en mí que me daba la impresión de que lo había hecho yo, que esa pintura era mía…(quizás así fue).

Al llegar nuevamente la noche, ya me hacía en el cabaret, entre aristócratas, artistas y demás y también ellos habían cambiado, había algo en sus semblantes que me decía que en verdad los dilemas y apuros se habían quedado muy sentados en la vereda, y la magia del Moulin-Rouge estaba hasta entre los ángeles. Como la vez anterior nuevamente entre medias negras, olvidando y recordando al mismo tiempo a Offenbach, provocando asombro con nuestro Can- Can a los visitantes. Y entre tanto, y como mi propio secreto, yo iba desdoblando lentamente a la Valkiria que nadie era capaz de ver.



Dibujando y bailando, con mis risas, yo seguía surcando un mar en el cielo y decidí, que esta época no la cambiaría por ninguna otra, que así estaba feliz, que empecé a vivir...

Por muchos días, tuve una afición, que, aunque me provocaban diferentes sensaciones de celos, rabia, impotencia, igual no podía negarme ese placer del dolor combinado con un sentimiento -que no se puede describir porque es efímero como el pinchazo con una punta de aguja, era un morboso sentimiento de encontrar dolor y placer al mismo tiempo -, y, durante horas me sentaba a ver los retratos pintados por él, y no puedo decir qué me invadía y confundía más, si el hecho de ver que los pintaba para otras y no para mi, o que cada uno de esos colores eran míos, porque yo los deseaba más que nadie.

Aquella, pese a doloroso de saberme ajena a su vida, se había vuelto mi gran satisfacción, hasta que cierta vez, para mi desdicha -y únicamente mía-no pude controlar mis lágrimas porque en uno de esos carteles estaba Jane. Una de las más bellas del cabaret, quien al bailar despertaba muy dentro de mí las mismas emociones que se producían en los demás. ¡Oh, la deseada Jane!

Ella, era la atracción principal y yo su sombra, pero no puedo negar que excitaba cada parte de mi piel. Un fuerte y mórbido sentimiento, que al no decírselo nunca creía que desaparecerían o morirían y, cuando conocí esas manos de fuego me entretuve con otros pensamientos, pero al verla tan hermosa en esos carteles, nuevamente se volvían vidrios que me estremecían por dentro. Sí, al verlos, supe que en él, también había recaído el hechizo de su fragancia, su mística y belleza. No sabría decir, si él la amaba, o si mantuvieron algún tipo de relación, pero si puedo asegurar que la llevaba en su mente, porque al verla, era imposible no ver que era como si hubiese atrapado su alma para ponerla en los carteles, era ella…nunca lo dudaría, mi escondido sentimiento que creí muerto, me lo decía, (ése fue el día en el que mi ángel, se volvía un demonio, recordando sentimientos, que me dolía tener).


Pasaron algunos meses, y yo seguía con la rutina que ya tenía mejor sabor hasta que un viernes, -éste día (el tercero, el día que he de morir), tampoco lo olvidaré, ni cuando ya llegue a mi tumba-.

Ese día fue hoy. Me levanté, aunque creo que no lo hice porque no sentía ninguna vida mientras caminaba, -presentía malas noticias- , y no quería en realidad salir pero hube de hacerlo y el Montmartre lucía lúgubre; en el ambiente percibía un olor a azufre que me sabía a ausencia (pero no puedo explicarlo como era posible), pero, ese olor provenía de muy dentro de mí y se volvía más intenso mientras más me acercaba al Moulin, lo sentí en el Moulin de la Galette, di vueltas por el Le Chat Noir, y era tan igual o peor. Me vino un sobresalto y una angustia, como un ebrio que está atacado por arañas en su mente, como un ser que dispara a las moscas porque las ve gigantes y amenazadoras. Trate de calmarme y empecé a caminar ligero, pero sin darme cuenta, mis piernas se aceleraban como un caballo desbocado. Tuve la loca necesidad de correr hasta que mi corazón rebase su capacidad y explote.

Caminé por todos los lugares conocidos hasta que llegó la noche y me dirigí al cabaret. Ahí el aroma a azufre, que me llegaba desde el centro de mis vísceras, me asfixió en forma indecible. Habían susurros entre los artistas, los bohemios, los aristócratas, pero con la música -que se fingía alegre- no podía escuchar lo que hablaban, no podía atrapar ni una sola de sus palabras que salían muy calladas, casi mudas, y en la pista no podía detenerme, aunque de muy buena gana lo hubiera hecho, pero las reglas del espectáculo son muy estrictas en ese sentido, el show debe continuar.

Una vez que tomamos un respiro para que los visitantes pudieran descansar sus jadeos, aproveché para buscar las pinturas que atrapaban la magia (mi magia, mis sueños para volverlos eternos), pero, no hubo suerte porque no las encontré ni en las barandas, ni en la pista ni siquiera en la acostumbrada mesa. Y aunque algo me inquietaba, me aferré a creer que esa ausencia era como en otras ocasiones, en las que esos colores no se presentaban, hasta que a la final, él entraba airoso, como rey de alguna región importante. Disimulando mi ansiedad tras la máscara de una simple curiosidad, pregunté en el lugar si habían visto al pintor, -no me atreví a decir su nombre- y fue cuando supe de donde venía ese horrible aroma al enterarme que esas manos ya no existían, que se habían ido para siempre.

Y con ellas se fue la Valkiria, el mar del cielo se había vuelto rojo y se derramaba por las calles mezclándose con mis lágrimas.




No recuerdo como salí del cabaret, pero nunca olvidaré ese nueve de septiembre !Oh, sí! Aún cuando cierro mis ojos puedo ver como la oscuridad me trajo un nuevo baile, pero esa vez los dioses estaban rompiendo el sol de la Valkiria. Aun puedo recordar como con lágrimas llenando mis ojos, intentaba burlar el crepúsculo y daba mil piruettes mientras buscaba una risa que me dijera que no era cierto. Y, trabada por la desesperación, esa risa se ahogaba y se apagaba cada vez más con las lágrimas y caí al piso.

Me deslizaba por el suelo como queriendo entrar en él y lo asía con mis uñas, cerraba mis manos con una rabia mezclada con desolación, y nuevamente atacada por mi locura dejaba que mi espalda se irguiese hasta que el cuerpo pudiera incorporarse pero mis huesos estaban rotos y súbitamente caía una vez y otra y otra y otra al piso. No importaba cuando intentase sobrellevarlo, siempre caía al piso.

Permanecí con mi mandíbula entre mis rodillas como un títere por largo tiempo, horas, segundos o días. En realidad el tiempo ya no me interesaba, hasta que por una abertura entre el suelo y mi cuerpo pude ver un destello de luz que iba haciéndose más y más intenso en breves segundos, minutos o días tampoco lo sé, pero si pude notar que esa luz pertenecía a algún ser que no me atrevía a ver.

Luego sentí unas manos tibias que tomaban mis hombros y se deslizaban por mis brazos en un intento por levantarme. Me abrazó por detrás muy fuerte hasta que su pecho se juntaba con mi espalda, estuvimos así por un momento y me susurró al oído «baila conmigo». Al escuchar esas palabras, apenas pude girar con la euforia de un grito que se quedó en Toul…, y entre la luz cegadora, vi que era un ángel con sus alas inmensas.

Procuré levantarme, pero el frío había debilitado mi cuerpo y mi piel estaba hecha de hielo, como un cristal muy frágil. Cuando puso sus manos en mi rostro para consolarme, sus dedos quebraron mis mejillas y pude sentir como la sangre empezó a brotar y se deslizarse por mi cuello, por mi pecho desnudo, que también sentía vacío.

La sangre corría desenfrenada hasta llegar a mis senos que estaban de repente convertidos en decrépitas masas de carne, Esa sangre fluía rozando mi piel, se deslizaba por mi vientre, ligera y densa, daba la impresión de estar absorbiendo toda mi esencia, como si en ella se fuesen mis días con toda su fuerza y, al llegar a mis piernas, ya casi no corría. Su consistencia era aún más densa, tenía la furia del óleo, se tornaba de tonos: ocre luminoso, amarillo, y azul que se mezclaban con violetas; de rojos intensos, el piso era un lienzo enorme lleno de hojas de libros, yo tan solo le pedí al ángel que se fuera y me dejase dormir…


Este. Un día como un siglo. Adiós Moulin, adiós Toulouse.




*Cañar 1977. Es profesor de idiomas a nivel secundario. Miembro fundador del grupo literario La K-bezuhela, tiene un libro de cuentos en su colección literaria: “Kaleidoscopio: Iris y Retina” y una investigación antológica sobre 5 poetas “callejeros” de Quito que K-Oz Editorial desea publicar.
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