mardi 23 octobre 2007

¡MATAPIOJO VIVE! ESPANTAJOS



Diego Velasco Andrade


¿Qué nos dejaron los 80? El ocaso del movimiento de los “talleres” y de algunas tribus de barbudos, pero también el impacto de la metodología del Taller Literario sobre las nuevas generaciones de escritores ecuatorianos. Una eclosión de publicaciones y revistas que se consumieron “al paso” y hoy han sido olvidadas por las nuevas generaciones. La transfiguración de una poesía irónica, sardónica y comunicante, a la del hermetismo individualista y a una cómoda “teoría del desencanto” o peor del “desencuentro”, talvez a una elitista visión canónica de la poesía, que ha sido usada por los escritores y poetas de oficio y/o “oficiales”, como una suerte de extravagancia literaria, exotismo intelectual y marketing personal de País Secreto (no en el sentido que Carrera Andrade hubiese querido, claro).

En aquella época, un grupo de jóvenes escritores que venían de participar en el Taller de Miguel Donoso Pareja configuraron en Quito el Matapiojo; su utópica propuesta fue la de “acabar con aquel parásito que se reproduce en el basurero de la historia” y “socializar los medios de producción literaria”, todo en el marco de las acciones que en esa época desarrollaban varios grupos de artistas populares en América Latina, en los campos de la pintura, el teatro, la música y la literatura. La noción de “socializar los medios de producción artística”, la había propuesto el argentino Néstor García Canclini en su obra Arte popular y Sociedad en América Latina (1982).



Desde los años 60 y al calor de los procesos de liberación o, iluminados por el faro de la revolución cubana, algunas experiencias innovadoras se habían realizado por una “literatura comunicante”, sobretodo en el proceso de difusión de la obra a través de diversos medios. Así, El Corno Emplumado en México, El Caimán Barbudo en Cuba, El Nadaísmo en Colombia, Techo de la Ballena en Venezuela. En Ecuador el Movimiento Tzántzico y Los Canchis en los 60; y en los 70: La Pedrada Zurda en Quito, el Sicoseo en Guayaquil, y Los Huaminga en Riobamba, entre otros.

En los 80, en plena revolución sandinista, Ernesto Cardenal y otros poetas experimentaron con la creación de talleres literarios en diferentes sectores sociales y generacionales: con indígenas, niños, el ejército y la policía sandinistas, con campesinos, obreros, estudiantes, reclusos, etc. En todas estas acciones lo novedoso constituía el nuevo rol del escritor que se ampliaba más allá de “sacar la poesía a las plazas y fábricas a sacar al escritor de su urna de cristal” …(al decir de Pablo Yépez Maldonado) como ya lo hicieron grupos como los tzántzicos o la pedrada zurda en los 60 y 70, para que esta vez compartiera sus técnicas y procesos de creación literaria “con la gente común y corriente”…


Así, hasta fines de los años 80 el Matapiojo y quienes asumimos aquella necia pero bella utopía, desarrollamos varios Talleres de creación literaria, entre diversos grupos especialmente de jóvenes colegiales y universitarios, interesándonos luego en la creación de una red de Talleres Literarios con otros que a la época funcionaban en Quito, Ibarra y Riobamba: la Mosca Zumba, La Pequeña Lulupa, Pablo Palacio, Contextos, Balapalabra, Joaquín Gallegos Lara, Bodoquera, Sacapuntas, etc. Propuesta que, como es natural, nunca pudo consolidarse en aquella época difícil: en aquella “década perdida” para los miembros de la “generación del desencanto”; época en la que sin embargo, otra generación de jóvenes fue torturada y/o asesinada por la más leonina oligarquía; circunstancia que no escapó a la cotidianeidad de los Talleres Literarios, con la desaparición de nuestros hermanos Gustavo Garzón y Marco Núñez Duque, de los Talleres Mosca Zumba y Matapiojo, respectivamente.

El Matapiojo estuvo conformado por Hernán Hermosa, Félix Castañeda, Edwin Madrid, Paco Benavides, Víctor Vallejo, Pablo Yépez Maldonado, Makarios Oviedo, Diego Gortaire, Susana Struve, Fabián Vallejos, Marco Núñez Duque, Ruth Patricia Rodríguez, Silvia Tello, Fany Samudio, Magdalena Noboa, Soledad Fernández, el colombiano Jairo Valbuena, y tantos otros, que no surgieron por “generación espontánea” y/o por su esforzada autopromoción, sino que se iniciaron en nuestros talleres literarios de “socialización”, así : María Aveiga, Efraín Espinoza, Aleyda Quevedo, Javier Cevallos, María Elena López, Gabriela Borja, y un largo etcétera de otros escritores y ex/critores que hoy felizmente conservan la memoria, y de otros tantos que infelizmente terminaron “famosos” y “desmemoriados”…






Próximamente K-Oz Editorial, editará una memoria antológica de la revista y colección de cuadernos Matapiojo que llegó a publicar a 12 autores y muestras de su insectívoro periódico El Escarabajo Utópico, dirigido por Marco Núñez Duque ( labios mayores periodico virtual de K-Oz), asesinado a los 21 años, medio insectívoro del cual, extraemos el siguiente texto.


EL TALLER LITERARIO NO ES UNA OFICINA DE FAKIRES


…“¿Qué es un Taller de Literatura? al respecto " la vasta necrópolis del lenguaje" llamada diccionario sentencia: " taller es una oficina o tienda de arte mecánica, una escuela o seminario de ciencias" y al respecto de la literatura dice: " el arte bello que emplea como instrumento de expresión a la palabra "

Así pues un Taller de Literatura sería la oficina o tienda del arte que emplea como herramienta de expresión el lenguaje, o en su defecto, la escuela o seminario de ciencias de la palabra…Como siempre, las definiciones nos juegan una mala pasada, porque un Taller de esta naturaleza no es la oficina o tienda de los líridas, ni una fabrica de fakires donde estos elaboran las ciencias esotéricas de la palabra...

Lo que sí está claro es que un Taller Literario no es una lámpara maravillosa, en donde se ordena alquímicamente aquello que desordena el aprendiz de escritor. Tampoco la oficina de un conjunto de desocupados que se dedican a cultivar el lenguaje como una flor…

El Taller Literario es un instrumento de crítica colectiva al servicio de la imaginación; un jarrazo de agua fría en el ego del escritor estrella; un dolor intermitente de cabeza para quien se aventuran en el oficio de domar el lenguaje. Pero veamos cuáles son los actos que configuran el proceso literario dentro del taller:


ACTO PRIMERO : Extraer el texto de una famosa chistera

El tallerista recorre la realidad provisto de un telescopio escondido en sus pestañas, no sabemos hasta ahora cómo hace para extraer cierta clase de jugo de la inagotable realidad y está por demás señalar que no es precisamente un astrónomo, porque su ocupación fundamental es retratar los astros de carne y hueso y hacer apuntes que desacrediten la fría lógica del 2+2 …

La verdad es que extrae su materia prima de la chistera de la realidad, luego va a su caballete y empieza a deletrear líneas horizontales bajo el tejado. Cuando el texto está listo reproduce papeles carbón del original y los guarda en un baúl con el clima apropiado para su conservación, antes de llevarlos al taller de disección.

ACTO SEGUNDO: La disección literaria.

El tallerista no llega al taller como a una costumbre o a un hábito donde se hacen las cosas por simple rutina, o como a un lugar donde se refina el talento que heredamos de nuestra mamá. A él se llega como un taxidermista al cuerpo de disección; el texto que será objeto de crítica es primero escuchado por los talleristas a través de la lectura de su provocador. Una vez percibida la imagen sonora del texto se procede a recorrerlo en busca del esqueleto que hace posible su sustentación; existen cuerpos con esqueletos robustos pero otros con fracturas múltiples que impiden su supervivencia...

Pero, ¿cómo saber si el esqueleto funciona? generalmente cuando su hermosa epidermis y columna vertebral reflejan contundentemente los significados que su provocador quiso motivar en su lector. La belleza de la disección frecuentemente enardece al auditorio que aplaude la obra cometida luego de un round literario en donde cada tallerista aporta según su capacidad y experiencia.

Evidentemente hay quienes desarrollan el oficio de la disección más rápido que otros, quienes encontrarán cortes más deliciosos en el cuerpo de trabajo y propondrán a su provocador, modificaciones que potenciarán la plenitud de la obra.
Moraleja: la calidad del taxidermista se acrecienta con la práctica y el estudio individual y colectivo del proceso de aparecimiento y disección del texto.

ACTO TERCERO: Elección del vaso comunicante entre el provocador y el DEVORADOR.

El texto no se realiza sin su devorador; es decir, sin aquel que consume con ansias el objeto de goce estético, que percibe con placer el producto terminado y se siente propenso a la euforia o al optimismo, a la tranquilidad o a la revuelta. Mas, ¿dónde encontrar al devorador del texto? En una librería, en una plaza , debajo de las cobijas o aquí en estas cuatro paredes. Si el devorador es tímido y se sitúa a prudente distancia del provocador, si sólo se contenta con catalogar las muestras de la disección y coleccionarlas en su biblioteca o si ni siquiera se ha mosqueado de la literatura por motivo que son de dominio general, corresponde al provocarlo salir a encontrar a su destinatario. Entonces la revista, el afiche, el mural, el recital, el foro, la plaza, son instrumentos alternativos de consumo literario al solemne y dificultoso procedimiento de publicar un libro...

El provocador de los textos se convierte entonces en un vigilante del devoramiento de su obra, en vez de un ermitaño en su dormitorio o el líder de un grupo de ratones de cafetín.

Este acto culminante en el trabajo del Taller Literario, talvez sea en el momento actual, el más importante para ser discutido y analizado. Buscar los vasos comunicantes para la joven literatura del país es tarea de provocadores y devoradores por igual”…



De El Escarabajo Utópico
Taller de Literatura Matapiojo
Quito, 1985



mardi 16 octobre 2007

“MEMORIA DEL FUEGO”

Comentario** al libro Líneas de Fuego de Rafael Marcelo Arteaga*




“Con mi máscara ceremonial, la piedra ónix y el incienso conjuro tu presencia en la hoguera; allí arrojo las hojas sagradas y bebo con fe el brebaje para descifrar las líneas del fuego”
Marcelo Arteaga


1. El poeta como registrador de sicofonías


El poeta busca expresar aquello que flota en el aire, aquellos ruidos de vida y de matanza que no percibimos a simple natura; el poeta rastrea sonidos inaudibles y olfatea manchas de sangre y semen sobre los paisajes siniestros y felices de la historia poblada de huesos y de fantasmas que nos saludan con su pañuelo de niebla, desde otras playas.

La sicofonía es la voz inasible de un fantasma, es un eco celeste e inaudible “a simple oreja”, un susurro que nos viene de lo insondable y nos conmueve. Cómo hablan o cómo hablarían nuestros muertos que viven para siempre en aquel tiempo definitivo y atemporal que es la muerte y que se resignifica según la fe personal de aquellos que ríen, añoran o lloran su llegada?“Busco un lenguaje para hablar contigo. Retroceder el reloj no significa detenerlo, apenas tengo mis huesos y allí no hay trascendencia para inventar otra historia. Es preciso escupir las palabras que se atascan en la lengua y con ellas también nosotros”.

Y de la guerra o de las pestes inmemoriales de la humanidad, qué voces podemos todavía atrapar de las costras terrestres dejadas por su paso, “La nostalgia de emigrar a través del desierto guiados por un dios vengativo y celoso, las profecías del holocausto, las frases escritas en las tumbas”. Aquellos ayes humanos, vegetales o animales que no ha registrado la historia oficial; aquel cocer y crujir del fuego y de la carne en la hoguera de todos los santos y verdugos de la historia.“La guerra, tan antigua como la muerte, debe continuar, o los inversionistas se suicidan. Las palabras escritas en tu diario están más cerca del futuro que tus huesos…” o de aquel hombre lobo del hombre maquiavélico que bien soñó y diseñó occidente: de un hombre lobo del hombre, no del fuego que vivifica y que conmina, como diría Alfonso Chávez Jara, sino de aquel que se consume y flamea en las piras de huesos de nuestra brutal humanidad.

Y en la primera línea de fuego, o de combate, advertimos una voz múltiple que narra hechos, escenas, imágenes dispersas, olor a frutas pero también a cuerpos calcinados. El rojo de la portada que diseñó el fotógrafo artista Pedro Herrera Ordóñez***, sumado al cromos vital y la alegría del naranja, contrastan con el negro mortal congelado en una calavera de hombre o quizás de animal, constituyendo una estupenda alegoría de las fogosas intenciones del poeta.

El poema de corte prosaico, la mayoría de las veces asume la forma de un relato; poesía de alta combustión en donde hay historias de esclavos, de madres que se marchan y de amores felices e infelices, donde hay encuentros y desencuentros y de una multitud de fantasmas que no son necesariamente el poeta y que fluyen en sus páginas. Si bien, el texto asume varias voces que surgen de varios rincones y tiempos, quizás porque pretenden confundir al lector o crearle pánico, el autor puede correr el riesgo de incinerarlo en piras de hojas escritas o en fulguraciones innecesarias.

2. El poeta como reencarnado


“El que afirma tener mil años sin reencarnación alguna; el que recibe a los cuerpos en la morgue, encaja en sus labios una sonrisa y sueña luego con hundimientos y disgregaciones…”

Qué conocimiento tiene el poeta o tenemos cualquiera de nosotros de sociedades y de hechos que nos vienen desde tan lejos, de hace milenios; “En pueblos sitiados bajo el silencio, no fue el mar lo que nos unía o nos separaba, fueron las palabras. ¡Oh tarde de los buques que descubrió en la juventud la mejor estación para llevarnos al exilio!”…con qué derecho habla la voz poética asumiendo el ser, el parecer y el perecer de otros personajes o fantasmas traídos de otros tiempos, es que el poeta ya no habla con su boca en primera persona, acerca de lo “bueno” y de lo “malo” del mundo, a la manera del vate romántico; es que ya no hace retórica o malabarismos verbales e improvisa sabios discursos sobre esto y aquello, a manera del poeta vanguardista o quizás ya no se burla de su padre o de su abuelita como el poeta social y antipoeta de otras épocas?...


Quizás la solemnidad del tono general atosigue al lector ingenuo, aquello porque a ratos la poesía contemporánea en el país, parecería querer impresionar al lector con poses y remilgos seudo eruditos, con fraseos demasiado largos y aburridores; ojo con extravíos en aquel tono de moda y estereotipado, en una poética que creemos muy actual, pero que por fortuna parece más bien irse difuminando para dar paso a múltiple y lo diverso, hacia lo multiverso y multicultural en tonos, temas y formas de expresión cada vez más fluidos y relajados:

“Hace frío en nuestro lenguaje corroído de solemnidad, llueve y graniza en la lógica de los libros y su pestilencia causa más asco que una mosca flotando en la sopa. Sentencias que se reúnen al fondo de las letrinas, lenguas muertas agitándose bajo el aliento de mi boca “

..“hice fogatas con libros intrascendentes o, en trocitos, los colgué de un alambre en la letrina; nadie puede afirmar si fui yo el que vagaba por el bosque, cubierto apenas con un abrigo, para sorprender a las ancianas con mi sexo desnudo”.


3. El poeta como hacedor de nuevos e indescifrables papiros


“Aquí están las leyes para la repartición de las tierras, las regulaciones del mercado de trabajo, las actas de nacimiento, las rutas de inmigración; páginas llenas con nombres extraños, donde suenan aún olvidados grilletes; epidemias en regiones inaccesibles a la memoria”.

¿Ha llegado en Ecuador necesariamente la hora del poeta hermético y solemne? de aquel vate de frases enredadas en sí mismas, del poeta que cree sintonizar voces del más allá y plasmarlas en las páginas de un libro ?..Digamos que más allá de la moda “canónica” oficial y “carvajalina” que siempre cuestionaremos, en Líneas de fuego asistimos a la necesidad y/o angustia del poeta de asumir una voz plural, una voz colectiva, en suma una voz histórica e itinerante que transita a diestra y siniestra del tiempo/espacio y que bien podría confundir al lector inexperto y cansar al que busca poesía para divertimento y bien-estar.

“Yo, un sembrador de muertos en la profundidad de los espinos, el primer nombre en boca de las madres para asustar y corregir a sus hijos, estoy acusado de volar las cabezas de los santos en la iglesia y de arrojar sus leños descoloridos a la hoguera. Sospechan que yo hice desaparecer a los niños vagabundos, con sus perros enfermos, de estas calles, para entregarlos luego al carnicero, a cambio de pago”

¿Puede el poeta recrear viejas crónicas, ancianos códices deleznables, apolillados pergaminos o ajados papiros y devolverlos al mitológico archivo akásico himalayo o a la biblioteca de babel que hubiese soñado Borges?; ahí donde la sucesión de todo lo vivido por la humanidad pudiera resumirse en un hipertexto archivado, en las infinitas cuevas de la memoria o “en los talleres del tiempo; el ciego –perdido en los laberintos de la biblioteca– narrando sus historias de luz, el que observa la posición de las estrellas y busca la clave para entender los signos…”


4. El poeta como salteador de caminos y de tiempos

Más allá del poeta como registro y registrador de voces múltiples, de voces fantasmales que llegan y se plasman en las hojas del libro, en los frutos selváticos del verso, en las paredes del tiempo o los sillones de sus casas, en los incensarios de los templos, en el tiempo/espacio de Líneas de fuego, la llama general que arde en el libro es la ucronía: sí, de un sin tiempo angustiosamente eterno.

“Esos días sin memoria arrastrando su cola en el fuego y en los que la vida no pasa de ser una bofetada en medio del sueño. Los pueblos desaparecieron, los bosques se secaron, pero volvimos a construir las casas y a poblar las montañas con cedros y bejucos. Bailamos las danzas de los hombres antiguos, aullando –como fieras– alrededor de las brazas, hasta que el humo purificó nuestros corazones”

En tanto, el sentido general del largo poema que es el libro y que debe ser entendido como un hipertexto, flota en un topos incierto en una utopía, “Tú serás de algún sitio cuando tengas un muerto, mientras tanto, ¡Camina! “. Así, no hay un lugar preciso donde se desarrollan los relatos aunque se adivinan geografías diversas: la selva del jaguar maya (o quizás la ecuatorial), los puertos y trenes de Europa, barcazas perdidas en altas mareas, en fin las tierras ultramarinas recorridas y evocadas en la historia de movilidad del poeta mercante que es Marcelo Arteaga y que a diferencia de Rimbaud, no trafica armas ni sustancias alucinógenas, sino telas, sedas y otros ajuares necesarios al ser, desde uno a otro confín del planeta.

“A cualquier sitio que vayas te seguirán mis palabras para animar tu corazón en el viaje; cuando los perros descubran tu ausencia y, en medio de aullidos, comiencen a olfatear la dirección de los vientos para iniciar la cacería, el mar ya habrá borrado tus huellas de la arena”

“Y anochece en Roma, lo mismo en Frankfurt que en Madrid, pero la oscuridad no cubre el mundo entero de una vez”

Porque en Líneas de Fuego, cambia la voz poética de tiempo y espacio de modo abrupto,-y a veces arbitrario-, va y viene hurgando en la carne y sangre del poema; el fuego devora en una hoja una escena y vuelve otra voz a arder en otro tiempo, donde ya no hay jaguares ni heliconias, sino trenes y autos y cigarrillos y estaciones, ¿cuál es entonces el lugar de este poema utópico o sin espacio, cuál el tiempo de este poema ucrónico y sin fechas?

“¿Quién, frente a estas aguas, pudo ver al mar que oculta el mar, descubrió las huellas de una serpiente en la arena y volvió su mirada al cielo para entender las distancias en los ojos del águila?”

Así, sin tiempo ni lugar solo reina el eterno omnipresente que parece a través del texto, querer llevarnos somnolientos de una página a otra:

“Y con la primera luz llega el tren.
– ¿Quién eres? – Me preguntas,
cuando decides subir y te das cuenta
que estamos juntos de nuevo
en la misma estación; temes equivocarte
y por ello buscas refugio en el reloj
e ignoras que el tiempo no da tregua
ni en la casa más oscura,
igual aquí”…



5. El poeta como ser vulnerable, necesitado de amor





Y es el amor quizás demasiado oculto entre los ramajes del largo poema y en los intersticios del poeta, es aquel que nos salva y nos redime, nos bendice por haber accedido al relato de los rigores y horrores del “ser humano” y con ello a la conciencia del fuego que nos propone Arteaga :

“¡Idioma de mis antepasados frente al mar de la mañana! La luz irrumpe por las cerraduras de la puerta en la habitación y sorprende a dos amantes –hermosos cada cual en el color de su piel– que unen sus cuerpos de nuevo, convencidos que la vida siempre tiene razón”


“Deja que nuestros cuerpos busquen su idioma,
en todas las formas posibles,
hasta encontrarnos. Y mientras tú gimes
y mueves la cabeza de un lado al otro,
las aves se multiplican en el cielo,
la tierra se puebla con muchachos fuertes
que han aprendido los rigores del invierno”

“Embriágate con mi juventud, energía del deseo,
posee mi cuerpo una y otra vez,
sin medir las distancias del sol
o las celosías que forman las estrellas;
porque con nuestra unión el tiempo es polvo y es olvido”

Y es solo al final de tanto incienso, de tanto carbón y de tanto fulgor, que el amor parece la única constatación cierta del poeta y con el que, -como quisiera Barba Jacob-, “el poeta se dice” más genuino y transparente, porque con su arquetipal presencia, solo el amor enciende el fuego vital del poeta verdadero:

“La vida estuvo siempre aquí y seguirá después de nosotros; el tiempo lo sabe, lo mismo que el pedazo de diamante que ignora su origen y ostenta su linaje ante las rocas”


Diego Velasco Andrade**
Septiembre 2007



* Rafael Marcelo Arteaga, 1962, licenciado en artes escénicas por la Universidad Central del Ecuador. Integró el Taller de Literatura coordinado por Miguel Donoso Pareja en los años 80. Estuvo doce años en Europa (Zürich, Roma, Atenas) y cinco en Asia, (Bali, Bangkok), donde trabajó para periódicos y revistas alternativas. En la actualidad vive en Otavalo y se desempeña como traductor independiente.
Obras: El Armador de Relojes, Amores Estériles, Viajes.


** Escritor, miembro del colectivo literario K-Oz, dirige los Talleres de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Este texto hace parte de un estudio sobre la nueva poesía ecuatoriana, de próxima aparición.

*** Todas las fotografías pertenecer al fotógrafo artista Pedro Herrera Ordóñez

vendredi 12 octobre 2007

DE CÓMO DESCIFRAR “LA VERDADERA HISTORIA DEL MEJOR TROMPÓN DEL MUNDO”: LIBRO DE RELATOS DE ALFONSO MURRIAGUI VALVERDE

Son los años 60: la sociedad ecuatoriana, había agotado sus posibilidades de respuesta a un mundo en plena reverberación. En el mundo literario, algunos representantes de la magnífica literatura realista de los años 30, habían trocado sus plumas beligerantes por los mullidos sillones de instituciones oficiales y por el cóctel y aperitivo diplomático, en ciertas codiciadas embajadas.

El ambiente cultural del Quito de entonces, estaba sumido en el marasmo de elogios mutuos entre los “grandes personajes” de una literatura pretendidamente aristocrática, mas ingenua y provinciana, que pretendía eludir entre caviar y cóctel, su responsabilidad política y social, difundiendo a los cuatro vientos la imagen del escritor romanticón y sensiblero, con un bello tonito nerudiano mal aprendido y peor, mal digerido.

Sin embargo, la Revolución Cubana ocurrida en 1959, había constituido un golpe a la conciencia latinoamericana, no solo en el nivel de las concepciones políticas y sus prácticas, sino también dentro de los procesos artísticos y culturales. Así pues, las corrientes vanguardistas de la época, pretendían encomendar a la literatura, que se constituyera en clave y pivote, de una conciencia beligerante y transformadora, de “la realidad”.

Entre las agrupaciones de escritores de los sesenta, se constituye en Quito el movimiento Tzántzico (reductor de cabezas o tzantza en lengua shuar), que surge con la intención de buscar “una voz nueva”, “un hablar verdadero” del poeta y del artista y, constituirse también en una vanguardia provocadora hacia nuevos derroteros para la Literatura Ecuatoriana. Son ellos quienes editan desde 1962 hasta 1969 la Revista Pucuna, con un formato de cubiertas negras tamaño libreta y papel periódico, difundidas en insólitos y teatrales actos de difusión masiva en aulas universitarias y sindicatos, donde los tzántizicos parodiaban y provocaban a aquellos otros sus rivales, vestidos de frac, misal de curita y corbatín.

Alfonso Murriagui, al igual que otros jóvenes escritores del movimiento tzántzico, sienten que aquella literatura en decadencia, no cumple con sus expectativas e irrumpe en la escena artística ecuatoriana haciendo parte de una joven intelectualidad quiteña, que se inquieta y rebela frente a aquel medio conventual, pacato y provinciano de los sesenta, posicionando desde entonces su presencia de escritor polémico y su responsabilidad generacional y, desarrollando a partir de entonces, una obra relativamente poco difundida, mas tercamente imaginada, escrita y re-escrita, cien veces meditada antes de su publicación.

Así, en la punta de los dardos envenenados de Pucuna, podemos rastrear ya la voluntad de Alfonso Murriagui escribiendo sus primeros cuentos y poemas subversivos y aportando con su madurez al surgimiento de nuevas voces poéticas, que en aquellas legendarias páginas conversan, interpelan e imprecan al escritor oficial y al sistema que lo engendra. Alfonso Murriagui hace parte desde entonces con Ulises Estrella, Euler Granda, Rafael Larrea, Raúl Arias, Humberto Vinueza y Marco Muñoz Velasco, de la generación poética de los sesenta e intervine como fogoso activador del movimiento tzántzico, aportando con su voz al coro de otras voces nuevas en el ensayo como las de Agustín Cueva, Bolívar Echeverría, Fernando Tinajero, José Ron, entre otros.


Todo este preámbulo para comprender la obra y el conjunto de textos diversos: en tono, color, época y extensión, que el autor nos presenta en su libro y que prefiere llamar “relatos”, todos compilados bajo el título de LA VERDADERA HISTORIA DEL MEJOR TROMPÓN DEL MUNDO. Textos de un corte entre realista (UN PUENTE ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE), surrealista (EL MURO), neorrealista (MACUTO) y hasta vanguardista (UN CARACOL Y EL HOMBRE y FINAL FELIZ) retomados estos dos últimos de las antiguas PUCUNA.

Todos patentizan lo intangible de esa espiral inagotable que constituye nuestra memoria, pero también que hacen visible esos pequeños momentos, pequeños espacios, pequeños tiempos, millares de segundos…de los que estamos hechos…” como dijera su gran amigo y camarada Rafael Larrea Insuasti, motivador junto con Alfonso Murriagui del Taller de Literatura Joaquín Gallegos Lara y de aquel recordado Centro de Arte Nacional o del Café El Quiteño Libre en los años 80, en donde quizás los jóvenes contertulios de entonces, los leímos asombrados o los compartimos por primera vez con el asombro de los primeros años.

Desde entonces, Alfonso Murriagui, siempre perseveró en la esencial propuesta Tzàntzica: situar su literatura en el corazón de la vida y de las cosas, asumir su compromiso con la realidad social inmediata: la calle, la plaza, el barrio, la ciudad inhóspita; recobrar la memoria de su infancia perdida en los barrios legendarios de Quito: La Tola, La Loma Grande y la Mama Cuchara; dejar atrás el Quito ampuloso y artificial de las torres de marfil, que terminaron por devorar al entrañable personaje del …MEJOR TROMPÒN DEL MUNDO, pero incorporando en sus relatos todo su bagaje vital, sus ricas experiencias personales, para proyectarlas en un relato mayor, en un metarelato: aquel que teje vínculos entre literatura, memoria cotidiana y vida colectiva.

Es pues en esa dirección, que creemos que la mejor literatura de Alfonso Murriagui “se dice” y permanece, intentando restaurar no solo la infancia del mundo y de la voz narrativa, pero la infancia de nuestra propia identidad: de nuestra gran infancia colectiva ecuatorial. Una infancia con mitos y personajes legendarios y también con seres diminutos, vulnerables y de carne y hueso. De niños casi árboles o de animales casi seres humanos como el tierno Jack de EL RÍO Y LOS RECUERDOS, o aún de seres humanos cuasi animales, como aquellos impávidos humanos del sarcástico FINAL FELIZ, con el que el autor culmina “boxísticamente” su obra.

Mas, a diferencia de la literatura light, erótica o aquella truculentamente comercial, tan en boga en nuestros días, los personajes de sus relatos aún viven insuflados con la esperanza en la solidaridad humana:

“ Nacimos cuando el mundo todavía era bueno, sin hornos crematorios, ni átomos infernales. Deambulamos junto a un río que aún no había sido encadenado; los sueños vivían en nuestros ojos y era fácil pescar las ilusiones debajo de cualquier eucalipto rumoroso...” nos dice el niño interno del libro en uno de sus relatos; ese mismísimo niño, hoy el “abuelo Alfonso”, recordándonos AL TIO QUE SE FUGO DE LA ISLA, aquel que fuera “ordenanza de Alfaro” y “sargento de las montoneras”, “a quien ascendió el viejo luchador cuando le pidió que atravesará el peligroso estero para llevar un importante mensaje al general Páez”; quizás aquel memorioso tío colectivo que todos hubiésemos querido tener, para que nos narrara en la chimenea de un cálido hogar, los cuentos que hoy se encarga de recordarnos el siempre vital e irreverente Alfonso Murriagui Valverde.



Diego Velasco Andrade
Octubre 9, 2007



** Alfonso Murriagui Valverde, Quito 1929. Miembro fundador del movimiento tzántzico. Fue durante muchos años periodista y profesor de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Durante más de 50 años, ha dedicado su vida a la defensa y difusión del Arte Popular. Actualmente sigue trabajando en poesía, narrativa y dramaturgia; es miembro del Comité de Redacción del Semanario alternativo de izquierda Opción. Próximamente K-Oz Editorial, publicará una selección de su obra poética completa.



dimanche 7 octobre 2007

ALÓ, ALÓ... DESDE LAS TIERRAS DEL KI


Cuentan que hace miles de años, después del diluvio universal que relatan los libros sagrados, una semilla de maíz pudo salvarse en la cima del Kápak Urku, -nombrado por los españoles: el Altar-, para germinar con el soplo divino y florecer en el triángulo energético formado por la Mama Tungurahua, el Taita Chimborazo y el Jatun Altar.

Entonces, el primer hombre rojo hecho de maíz y, la primera mujer hecha de quinua, empezaron a crecer y multiplicarse con los ciclos de la tierra, el aire, el fuego y el agua. La mujer sería lunar y sujeta a los vaivenes del lechoso satélite; el hombre en cambio solar, cargado de la fuerza del fuego, más siempre vulnerable al agua... Los dos cíclicos y complementarios, como la noche y el día, siempre naciendo con el amanecer y muriendo en el poniente; para renacer otra vez de sus cenizas con el alba.

Algo similar sucedería en otras épocas y latitudes, -y en otros “diluvios”-, en la China con el hombre amarillo y el sagrado cereal arroz y en Egipto con el hombre negro y la alimenticia cebada, o en Eurasia con el hombre blanco y el dorado trigo.


Desde entonces, en las tierras primigenias de KITO: ancestral país de los kindes o Tierra de la mitad, los hombres de maíz y las mujeres de quinua, se dedicaron a inventar nuevos alimentos para el bienestar de sus hijos. El fréjol lo desarrollaron los hombres del sur de los andes ecuatoriales, los abuelos de los paltas, bracamoros y zarzas; la quinua y el amaranto los andinos centrales, tíos abuelos de panzaleos y puruwayes, cuyos abuelos llegaron desde las lejanas costas de Caraquis, hasta la tierra de los míticos cóndores de nieve o Condorazos. La papa o batata la procrearon los cañaris, los hijos de la guacamaya y la serpiente, pero la aclimataron los pastos y killasingas, en la región más extrema del Chinchay Suyo, territorio sagrado de Chincha: la constelación del mono. Y, siguiendo después las direcciones de la Tawa sagrada, se dispersaron a los cuatro vientos.

Por su parte, los Caranquis, aportaron con infinitas variedades de maíz y deberían tener la patente de las palomitas de maíz o cereales voladores que comemos mientras vemos El Tigre y la Nieve, en el Cine Mark y en el austro, los Cañaris aportaron a la humanidad con el mote, que se transformó en mote pillo, - claro está-, gracias al huevo de gallo y de gallina que trajeron desde la Patria Madre, nuestros putativos padres

Por eso, al explorar nuestras numerosas identidades ecuatoriales, mucho mejor que en las “Señas particulares” que algún gurú despistado, pretende hallar en el fenómeno de “la hora ecuatoriana”; o, quizás en la planta del pie que nos ha hecho “plantillas” siguiendo ese profundísimo best seller de Oswaldo Hurtado: Las costumbres de los ecuatorianos
(ultimátum blog artículo de Manuel Espinoza Apolo), deberíamos empezar a buscar nuestras identidades en la natural cotidianeidad de nuestra vida diaria.

Ahora sabemos por estudios genéticos, que las tierras ecuatoriales fueron el horno en donde se amasaron al sol y la luna, los principales productos de una alimentación sana y de otros tantos regalos de la Allpamama, que luego se expandirían en las cuatros direcciones de Amaruka y después a todo el planeta GAIA y que salvarían del hambre, en plena revolución industrial, a los racionalistas y omnívoros del norte, quienes en principio destinaron el maíz y la papa como alimento para su ganado, pero que luego se vieron obligados a sobrevivir a sus propias guerras y desastres, comiendo papas fritas, “pop corn” y jarabe de COCA...



En estas fechas del equinoccio de invierno o COLLA RAYMY (proyecto quitsato página web), que para la cultura judeo-cristiana anuncia las fiestas de la Virgen de las Mercedes, la terrestre madre de aquel maestro solar llamado Cristo, -como lo fue Tunupa Wiracocha para los andinos, Quetzalcoatl para los mayas o Sidartha Gautama Buda, para los orientales-, bien vale recordar y empezar a valorar nuestras más antiguas tradiciones solares y lunares; empezar a sentirnos otra vez, hijos del maíz y seguramente hijos de la papa y de la quinua y del amaranto y de la mashua; para asistir como profetizó el tayta Atawallpa, (pasados quinientos años de oscuridad), al regreso de miles y miles de sabios amautas, de agricultores, de escribas o quipucamayoks, de poetas o arawikos, en fin de los miles de “astronautas” de la Nueva Pacha Ecuatorial, todo para iniciar el florecimiento de la humanidad en el “tiempo-espacio que vuelve”, en este Décimo Pacha-kutik, -que por cierto-, nada tiene que ver con ningún partido político o alianza país...

Por ello, nuestra página estará interesada en mirar a nuestras literaturas en el contexto amplio de la cultura de los pueblos ecuatoriales andinos, litorales, insulares y amazónicos ancestrales y, también por qué no de los contemporáneos; desde múltiples perspectivas y desde numerosas entradas, pero sobretodo desde una “cosmovisión” y no desde cualquier y maniquea “ideología” al uso y/o abuso del etno-centrismo judeo-cristiano.

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Este medio aspira a dejarte mirar otra vez en el cielo, a las constelaciones del Puma, del Mono y de la Cruz del Sur como hace miles de años; a guiarnos con el reloj ecuatorial del grano sembrado y florecido de la tierra; a jugar en el caparazón de la verde tortuguita de Cerro Narrío o a desovillarnos en la espiral de un spondylus ancestral, para comprobar que como pueblo sol-lunar, sí que somos capaces de enterrarnos en el oscuro útero de Allpa Mama y de renacer al tercer día o al tercer mes, -eso poco importa-, con la utopía de saber que somos carne de barro, ojos de quinua, cuerpo de caña y manos de abierta mazorca...


Diego Velasco Andrade
Octubre, 3

Equinoccio de siembra, 2007