dimanche 7 octobre 2007

ALÓ, ALÓ... DESDE LAS TIERRAS DEL KI


Cuentan que hace miles de años, después del diluvio universal que relatan los libros sagrados, una semilla de maíz pudo salvarse en la cima del Kápak Urku, -nombrado por los españoles: el Altar-, para germinar con el soplo divino y florecer en el triángulo energético formado por la Mama Tungurahua, el Taita Chimborazo y el Jatun Altar.

Entonces, el primer hombre rojo hecho de maíz y, la primera mujer hecha de quinua, empezaron a crecer y multiplicarse con los ciclos de la tierra, el aire, el fuego y el agua. La mujer sería lunar y sujeta a los vaivenes del lechoso satélite; el hombre en cambio solar, cargado de la fuerza del fuego, más siempre vulnerable al agua... Los dos cíclicos y complementarios, como la noche y el día, siempre naciendo con el amanecer y muriendo en el poniente; para renacer otra vez de sus cenizas con el alba.

Algo similar sucedería en otras épocas y latitudes, -y en otros “diluvios”-, en la China con el hombre amarillo y el sagrado cereal arroz y en Egipto con el hombre negro y la alimenticia cebada, o en Eurasia con el hombre blanco y el dorado trigo.


Desde entonces, en las tierras primigenias de KITO: ancestral país de los kindes o Tierra de la mitad, los hombres de maíz y las mujeres de quinua, se dedicaron a inventar nuevos alimentos para el bienestar de sus hijos. El fréjol lo desarrollaron los hombres del sur de los andes ecuatoriales, los abuelos de los paltas, bracamoros y zarzas; la quinua y el amaranto los andinos centrales, tíos abuelos de panzaleos y puruwayes, cuyos abuelos llegaron desde las lejanas costas de Caraquis, hasta la tierra de los míticos cóndores de nieve o Condorazos. La papa o batata la procrearon los cañaris, los hijos de la guacamaya y la serpiente, pero la aclimataron los pastos y killasingas, en la región más extrema del Chinchay Suyo, territorio sagrado de Chincha: la constelación del mono. Y, siguiendo después las direcciones de la Tawa sagrada, se dispersaron a los cuatro vientos.

Por su parte, los Caranquis, aportaron con infinitas variedades de maíz y deberían tener la patente de las palomitas de maíz o cereales voladores que comemos mientras vemos El Tigre y la Nieve, en el Cine Mark y en el austro, los Cañaris aportaron a la humanidad con el mote, que se transformó en mote pillo, - claro está-, gracias al huevo de gallo y de gallina que trajeron desde la Patria Madre, nuestros putativos padres

Por eso, al explorar nuestras numerosas identidades ecuatoriales, mucho mejor que en las “Señas particulares” que algún gurú despistado, pretende hallar en el fenómeno de “la hora ecuatoriana”; o, quizás en la planta del pie que nos ha hecho “plantillas” siguiendo ese profundísimo best seller de Oswaldo Hurtado: Las costumbres de los ecuatorianos
(ultimátum blog artículo de Manuel Espinoza Apolo), deberíamos empezar a buscar nuestras identidades en la natural cotidianeidad de nuestra vida diaria.

Ahora sabemos por estudios genéticos, que las tierras ecuatoriales fueron el horno en donde se amasaron al sol y la luna, los principales productos de una alimentación sana y de otros tantos regalos de la Allpamama, que luego se expandirían en las cuatros direcciones de Amaruka y después a todo el planeta GAIA y que salvarían del hambre, en plena revolución industrial, a los racionalistas y omnívoros del norte, quienes en principio destinaron el maíz y la papa como alimento para su ganado, pero que luego se vieron obligados a sobrevivir a sus propias guerras y desastres, comiendo papas fritas, “pop corn” y jarabe de COCA...



En estas fechas del equinoccio de invierno o COLLA RAYMY (proyecto quitsato página web), que para la cultura judeo-cristiana anuncia las fiestas de la Virgen de las Mercedes, la terrestre madre de aquel maestro solar llamado Cristo, -como lo fue Tunupa Wiracocha para los andinos, Quetzalcoatl para los mayas o Sidartha Gautama Buda, para los orientales-, bien vale recordar y empezar a valorar nuestras más antiguas tradiciones solares y lunares; empezar a sentirnos otra vez, hijos del maíz y seguramente hijos de la papa y de la quinua y del amaranto y de la mashua; para asistir como profetizó el tayta Atawallpa, (pasados quinientos años de oscuridad), al regreso de miles y miles de sabios amautas, de agricultores, de escribas o quipucamayoks, de poetas o arawikos, en fin de los miles de “astronautas” de la Nueva Pacha Ecuatorial, todo para iniciar el florecimiento de la humanidad en el “tiempo-espacio que vuelve”, en este Décimo Pacha-kutik, -que por cierto-, nada tiene que ver con ningún partido político o alianza país...

Por ello, nuestra página estará interesada en mirar a nuestras literaturas en el contexto amplio de la cultura de los pueblos ecuatoriales andinos, litorales, insulares y amazónicos ancestrales y, también por qué no de los contemporáneos; desde múltiples perspectivas y desde numerosas entradas, pero sobretodo desde una “cosmovisión” y no desde cualquier y maniquea “ideología” al uso y/o abuso del etno-centrismo judeo-cristiano.

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Este medio aspira a dejarte mirar otra vez en el cielo, a las constelaciones del Puma, del Mono y de la Cruz del Sur como hace miles de años; a guiarnos con el reloj ecuatorial del grano sembrado y florecido de la tierra; a jugar en el caparazón de la verde tortuguita de Cerro Narrío o a desovillarnos en la espiral de un spondylus ancestral, para comprobar que como pueblo sol-lunar, sí que somos capaces de enterrarnos en el oscuro útero de Allpa Mama y de renacer al tercer día o al tercer mes, -eso poco importa-, con la utopía de saber que somos carne de barro, ojos de quinua, cuerpo de caña y manos de abierta mazorca...


Diego Velasco Andrade
Octubre, 3

Equinoccio de siembra, 2007

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