mardi 23 octobre 2007

¡MATAPIOJO VIVE! ESPANTAJOS



Diego Velasco Andrade


¿Qué nos dejaron los 80? El ocaso del movimiento de los “talleres” y de algunas tribus de barbudos, pero también el impacto de la metodología del Taller Literario sobre las nuevas generaciones de escritores ecuatorianos. Una eclosión de publicaciones y revistas que se consumieron “al paso” y hoy han sido olvidadas por las nuevas generaciones. La transfiguración de una poesía irónica, sardónica y comunicante, a la del hermetismo individualista y a una cómoda “teoría del desencanto” o peor del “desencuentro”, talvez a una elitista visión canónica de la poesía, que ha sido usada por los escritores y poetas de oficio y/o “oficiales”, como una suerte de extravagancia literaria, exotismo intelectual y marketing personal de País Secreto (no en el sentido que Carrera Andrade hubiese querido, claro).

En aquella época, un grupo de jóvenes escritores que venían de participar en el Taller de Miguel Donoso Pareja configuraron en Quito el Matapiojo; su utópica propuesta fue la de “acabar con aquel parásito que se reproduce en el basurero de la historia” y “socializar los medios de producción literaria”, todo en el marco de las acciones que en esa época desarrollaban varios grupos de artistas populares en América Latina, en los campos de la pintura, el teatro, la música y la literatura. La noción de “socializar los medios de producción artística”, la había propuesto el argentino Néstor García Canclini en su obra Arte popular y Sociedad en América Latina (1982).



Desde los años 60 y al calor de los procesos de liberación o, iluminados por el faro de la revolución cubana, algunas experiencias innovadoras se habían realizado por una “literatura comunicante”, sobretodo en el proceso de difusión de la obra a través de diversos medios. Así, El Corno Emplumado en México, El Caimán Barbudo en Cuba, El Nadaísmo en Colombia, Techo de la Ballena en Venezuela. En Ecuador el Movimiento Tzántzico y Los Canchis en los 60; y en los 70: La Pedrada Zurda en Quito, el Sicoseo en Guayaquil, y Los Huaminga en Riobamba, entre otros.

En los 80, en plena revolución sandinista, Ernesto Cardenal y otros poetas experimentaron con la creación de talleres literarios en diferentes sectores sociales y generacionales: con indígenas, niños, el ejército y la policía sandinistas, con campesinos, obreros, estudiantes, reclusos, etc. En todas estas acciones lo novedoso constituía el nuevo rol del escritor que se ampliaba más allá de “sacar la poesía a las plazas y fábricas a sacar al escritor de su urna de cristal” …(al decir de Pablo Yépez Maldonado) como ya lo hicieron grupos como los tzántzicos o la pedrada zurda en los 60 y 70, para que esta vez compartiera sus técnicas y procesos de creación literaria “con la gente común y corriente”…


Así, hasta fines de los años 80 el Matapiojo y quienes asumimos aquella necia pero bella utopía, desarrollamos varios Talleres de creación literaria, entre diversos grupos especialmente de jóvenes colegiales y universitarios, interesándonos luego en la creación de una red de Talleres Literarios con otros que a la época funcionaban en Quito, Ibarra y Riobamba: la Mosca Zumba, La Pequeña Lulupa, Pablo Palacio, Contextos, Balapalabra, Joaquín Gallegos Lara, Bodoquera, Sacapuntas, etc. Propuesta que, como es natural, nunca pudo consolidarse en aquella época difícil: en aquella “década perdida” para los miembros de la “generación del desencanto”; época en la que sin embargo, otra generación de jóvenes fue torturada y/o asesinada por la más leonina oligarquía; circunstancia que no escapó a la cotidianeidad de los Talleres Literarios, con la desaparición de nuestros hermanos Gustavo Garzón y Marco Núñez Duque, de los Talleres Mosca Zumba y Matapiojo, respectivamente.

El Matapiojo estuvo conformado por Hernán Hermosa, Félix Castañeda, Edwin Madrid, Paco Benavides, Víctor Vallejo, Pablo Yépez Maldonado, Makarios Oviedo, Diego Gortaire, Susana Struve, Fabián Vallejos, Marco Núñez Duque, Ruth Patricia Rodríguez, Silvia Tello, Fany Samudio, Magdalena Noboa, Soledad Fernández, el colombiano Jairo Valbuena, y tantos otros, que no surgieron por “generación espontánea” y/o por su esforzada autopromoción, sino que se iniciaron en nuestros talleres literarios de “socialización”, así : María Aveiga, Efraín Espinoza, Aleyda Quevedo, Javier Cevallos, María Elena López, Gabriela Borja, y un largo etcétera de otros escritores y ex/critores que hoy felizmente conservan la memoria, y de otros tantos que infelizmente terminaron “famosos” y “desmemoriados”…






Próximamente K-Oz Editorial, editará una memoria antológica de la revista y colección de cuadernos Matapiojo que llegó a publicar a 12 autores y muestras de su insectívoro periódico El Escarabajo Utópico, dirigido por Marco Núñez Duque ( labios mayores periodico virtual de K-Oz), asesinado a los 21 años, medio insectívoro del cual, extraemos el siguiente texto.


EL TALLER LITERARIO NO ES UNA OFICINA DE FAKIRES


…“¿Qué es un Taller de Literatura? al respecto " la vasta necrópolis del lenguaje" llamada diccionario sentencia: " taller es una oficina o tienda de arte mecánica, una escuela o seminario de ciencias" y al respecto de la literatura dice: " el arte bello que emplea como instrumento de expresión a la palabra "

Así pues un Taller de Literatura sería la oficina o tienda del arte que emplea como herramienta de expresión el lenguaje, o en su defecto, la escuela o seminario de ciencias de la palabra…Como siempre, las definiciones nos juegan una mala pasada, porque un Taller de esta naturaleza no es la oficina o tienda de los líridas, ni una fabrica de fakires donde estos elaboran las ciencias esotéricas de la palabra...

Lo que sí está claro es que un Taller Literario no es una lámpara maravillosa, en donde se ordena alquímicamente aquello que desordena el aprendiz de escritor. Tampoco la oficina de un conjunto de desocupados que se dedican a cultivar el lenguaje como una flor…

El Taller Literario es un instrumento de crítica colectiva al servicio de la imaginación; un jarrazo de agua fría en el ego del escritor estrella; un dolor intermitente de cabeza para quien se aventuran en el oficio de domar el lenguaje. Pero veamos cuáles son los actos que configuran el proceso literario dentro del taller:


ACTO PRIMERO : Extraer el texto de una famosa chistera

El tallerista recorre la realidad provisto de un telescopio escondido en sus pestañas, no sabemos hasta ahora cómo hace para extraer cierta clase de jugo de la inagotable realidad y está por demás señalar que no es precisamente un astrónomo, porque su ocupación fundamental es retratar los astros de carne y hueso y hacer apuntes que desacrediten la fría lógica del 2+2 …

La verdad es que extrae su materia prima de la chistera de la realidad, luego va a su caballete y empieza a deletrear líneas horizontales bajo el tejado. Cuando el texto está listo reproduce papeles carbón del original y los guarda en un baúl con el clima apropiado para su conservación, antes de llevarlos al taller de disección.

ACTO SEGUNDO: La disección literaria.

El tallerista no llega al taller como a una costumbre o a un hábito donde se hacen las cosas por simple rutina, o como a un lugar donde se refina el talento que heredamos de nuestra mamá. A él se llega como un taxidermista al cuerpo de disección; el texto que será objeto de crítica es primero escuchado por los talleristas a través de la lectura de su provocador. Una vez percibida la imagen sonora del texto se procede a recorrerlo en busca del esqueleto que hace posible su sustentación; existen cuerpos con esqueletos robustos pero otros con fracturas múltiples que impiden su supervivencia...

Pero, ¿cómo saber si el esqueleto funciona? generalmente cuando su hermosa epidermis y columna vertebral reflejan contundentemente los significados que su provocador quiso motivar en su lector. La belleza de la disección frecuentemente enardece al auditorio que aplaude la obra cometida luego de un round literario en donde cada tallerista aporta según su capacidad y experiencia.

Evidentemente hay quienes desarrollan el oficio de la disección más rápido que otros, quienes encontrarán cortes más deliciosos en el cuerpo de trabajo y propondrán a su provocador, modificaciones que potenciarán la plenitud de la obra.
Moraleja: la calidad del taxidermista se acrecienta con la práctica y el estudio individual y colectivo del proceso de aparecimiento y disección del texto.

ACTO TERCERO: Elección del vaso comunicante entre el provocador y el DEVORADOR.

El texto no se realiza sin su devorador; es decir, sin aquel que consume con ansias el objeto de goce estético, que percibe con placer el producto terminado y se siente propenso a la euforia o al optimismo, a la tranquilidad o a la revuelta. Mas, ¿dónde encontrar al devorador del texto? En una librería, en una plaza , debajo de las cobijas o aquí en estas cuatro paredes. Si el devorador es tímido y se sitúa a prudente distancia del provocador, si sólo se contenta con catalogar las muestras de la disección y coleccionarlas en su biblioteca o si ni siquiera se ha mosqueado de la literatura por motivo que son de dominio general, corresponde al provocarlo salir a encontrar a su destinatario. Entonces la revista, el afiche, el mural, el recital, el foro, la plaza, son instrumentos alternativos de consumo literario al solemne y dificultoso procedimiento de publicar un libro...

El provocador de los textos se convierte entonces en un vigilante del devoramiento de su obra, en vez de un ermitaño en su dormitorio o el líder de un grupo de ratones de cafetín.

Este acto culminante en el trabajo del Taller Literario, talvez sea en el momento actual, el más importante para ser discutido y analizado. Buscar los vasos comunicantes para la joven literatura del país es tarea de provocadores y devoradores por igual”…



De El Escarabajo Utópico
Taller de Literatura Matapiojo
Quito, 1985



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