Marcelo Arteaga
El poeta busca expresar aquello que flota en el aire, aquellos ruidos de vida y de matanza que no percibimos a simple natura; el poeta rastrea sonidos inaudibles y olfatea manchas de sangre y semen sobre los paisajes siniestros y felices de la historia poblada de huesos y de fantasmas que nos saludan con su pañuelo de niebla, desde otras playas.
La sicofonía es la voz inasible de un fantasma, es un eco celeste e inaudible “a simple oreja”, un susurro que nos viene de lo insondable y nos conmueve. Cómo hablan o cómo hablarían nuestros muertos que viven para siempre en aquel tiempo definitivo y atemporal que es la muerte y que se resignifica según la fe personal de aquellos que ríen, añoran o lloran su llegada?“Busco un lenguaje para hablar contigo. Retroceder el reloj no significa detenerlo, apenas tengo mis huesos y allí no hay trascendencia para inventar otra historia. Es preciso escupir las palabras que se atascan en la lengua y con ellas también nosotros”.
Y de la guerra o de las pestes inmemoriales de la humanidad, qué voces podemos todavía atrapar de las costras terrestres dejadas por su paso, “La nostalgia de emigrar a través del desierto guiados por un dios vengativo y celoso, las profecías del holocausto, las frases escritas en las tumbas”. Aquellos ayes humanos, vegetales o animales que no ha registrado la historia oficial; aquel cocer y crujir del fuego y de la carne en la hoguera de todos los santos y verdugos de la historia.“La guerra, tan antigua como la muerte, debe continuar, o los inversionistas se suicidan. Las palabras escritas en tu diario están más cerca del futuro que tus huesos…” o de aquel hombre lobo del hombre maquiavélico que bien soñó y diseñó occidente: de un hombre lobo del hombre, no del fuego que vivifica y que conmina, como diría Alfonso Chávez Jara, sino de aquel que se consume y flamea en las piras de huesos de nuestra brutal humanidad.
Y en la primera línea de fuego, o de combate, advertimos una voz múltiple que narra hechos, escenas, imágenes dispersas, olor a frutas pero también a cuerpos calcinados. El rojo de la portada que diseñó el fotógrafo artista Pedro Herrera Ordóñez***, sumado al cromos vital y la alegría del naranja, contrastan con el negro mortal congelado en una calavera de hombre o quizás de animal, constituyendo una estupenda alegoría de las fogosas intenciones del poeta.
El poema de corte prosaico, la mayoría de las veces asume la forma de un relato; poesía de alta combustión en donde hay historias de esclavos, de madres que se marchan y de amores felices e infelices, donde hay encuentros y desencuentros y de una multitud de fantasmas que no son necesariamente el poeta y que fluyen en sus páginas. Si bien, el texto asume varias voces que surgen de varios rincones y tiempos, quizás porque pretenden confundir al lector o crearle pánico, el autor puede correr el riesgo de incinerarlo en piras de hojas escritas o en fulguraciones innecesarias.
2. El poeta como reencarnado
“El que afirma tener mil años sin reencarnación alguna; el que recibe a los cuerpos en la morgue, encaja en sus labios una sonrisa y sueña luego con hundimientos y disgregaciones…”
Qué conocimiento tiene el poeta o tenemos cualquiera de nosotros de sociedades y de hechos que nos vienen desde tan lejos, de hace milenios; “En pueblos sitiados bajo el silencio, no fue el mar lo que nos unía o nos separaba, fueron las palabras. ¡Oh tarde de los buques que descubrió en la juventud la mejor estación para llevarnos al exilio!”…con qué derecho habla la voz poética asumiendo el ser, el parecer y el perecer de otros personajes o fantasmas traídos de otros tiempos, es que el poeta ya no habla con su boca en primera persona, acerca de lo “bueno” y de lo “malo” del mundo, a la manera del vate romántico; es que ya no hace retórica o malabarismos verbales e improvisa sabios discursos sobre esto y aquello, a manera del poeta vanguardista o quizás ya no se burla de su padre o de su abuelita como el poeta social y antipoeta de otras épocas?...
Quizás la solemnidad del tono general atosigue al lector ingenuo, aquello porque a ratos la poesía contemporánea en el país, parecería querer impresionar al lector con poses y remilgos seudo eruditos, con fraseos demasiado largos y aburridores; ojo con extravíos en aquel tono de moda y estereotipado, en una poética que creemos muy actual, pero que por fortuna parece más bien irse difuminando para dar paso a múltiple y lo diverso, hacia lo multiverso y multicultural en tonos, temas y formas de expresión cada vez más fluidos y relajados:
“Hace frío en nuestro lenguaje corroído de solemnidad, llueve y graniza en la lógica de los libros y su pestilencia causa más asco que una mosca flotando en la sopa. Sentencias que se reúnen al fondo de las letrinas, lenguas muertas agitándose bajo el aliento de mi boca “
..“hice fogatas con libros intrascendentes o, en trocitos, los colgué de un alambre en la letrina; nadie puede afirmar si fui yo el que vagaba por el bosque, cubierto apenas con un abrigo, para sorprender a las ancianas con mi sexo desnudo”.
3. El poeta como hacedor de nuevos e indescifrables papiros
“Aquí están las leyes para la repartición de las tierras, las regulaciones del mercado de trabajo, las actas de nacimiento, las rutas de inmigración; páginas llenas con nombres extraños, donde suenan aún olvidados grilletes; epidemias en regiones inaccesibles a la memoria”.
¿Ha llegado en Ecuador necesariamente la hora del poeta hermético y solemne? de aquel vate de frases enredadas en sí mismas, del poeta que cree sintonizar voces del más allá y plasmarlas en las páginas de un libro ?..Digamos que más allá de la moda “canónica” oficial y “carvajalina” que siempre cuestionaremos, en Líneas de fuego asistimos a la necesidad y/o angustia del poeta de asumir una voz plural, una voz colectiva, en suma una voz histórica e itinerante que transita a diestra y siniestra del tiempo/espacio y que bien podría confundir al lector inexperto y cansar al que busca poesía para divertimento y bien-estar.
“Yo, un sembrador de muertos en la profundidad de los espinos, el primer nombre en boca de las madres para asustar y corregir a sus hijos, estoy acusado de volar las cabezas de los santos en la iglesia y de arrojar sus leños descoloridos a la hoguera. Sospechan que yo hice desaparecer a los niños vagabundos, con sus perros enfermos, de estas calles, para entregarlos luego al carnicero, a cambio de pago”
¿Puede el poeta recrear viejas crónicas, ancianos códices deleznables, apolillados pergaminos o ajados papiros y devolverlos al mitológico archivo akásico himalayo o a la biblioteca de babel que hubiese soñado Borges?; ahí donde la sucesión de todo lo vivido por la humanidad pudiera resumirse en un hipertexto archivado, en las infinitas cuevas de la memoria o “en los talleres del tiempo; el ciego –perdido en los laberintos de la biblioteca– narrando sus historias de luz, el que observa la posición de las estrellas y busca la clave para entender los signos…”
4. El poeta como salteador de caminos y de tiempos
Más allá del poeta como registro y registrador de voces múltiples, de voces fantasmales que llegan y se plasman en las hojas del libro, en los frutos selváticos del verso, en las paredes del tiempo o los sillones de sus casas, en los incensarios de los templos, en el tiempo/espacio de Líneas de fuego, la llama general que arde en el libro es la ucronía: sí, de un sin tiempo angustiosamente eterno.
“Esos días sin memoria arrastrando su cola en el fuego y en los que la vida no pasa de ser una bofetada en medio del sueño. Los pueblos desaparecieron, los bosques se secaron, pero volvimos a construir las casas y a poblar las montañas con cedros y bejucos. Bailamos las danzas de los hombres antiguos, aullando –como fieras– alrededor de las brazas, hasta que el humo purificó nuestros corazones”
En tanto, el sentido general del largo poema que es el libro y que debe ser entendido como un hipertexto, flota en un topos incierto en una utopía, “Tú serás de algún sitio cuando tengas un muerto, mientras tanto, ¡Camina! “. Así, no hay un lugar preciso donde se desarrollan los relatos aunque se adivinan geografías diversas: la selva del jaguar maya (o quizás la ecuatorial), los puertos y trenes de Europa, barcazas perdidas en altas mareas, en fin las tierras ultramarinas recorridas y evocadas en la historia de movilidad del poeta mercante que es Marcelo Arteaga y que a diferencia de Rimbaud, no trafica armas ni sustancias alucinógenas, sino telas, sedas y otros ajuares necesarios al ser, desde uno a otro confín del planeta.
“A cualquier sitio que vayas te seguirán mis palabras para animar tu corazón en el viaje; cuando los perros descubran tu ausencia y, en medio de aullidos, comiencen a olfatear la dirección de los vientos para iniciar la cacería, el mar ya habrá borrado tus huellas de la arena”
“Y anochece en Roma, lo mismo en Frankfurt que en Madrid, pero la oscuridad no cubre el mundo entero de una vez”
Porque en Líneas de Fuego, cambia la voz poética de tiempo y espacio de modo abrupto,-y a veces arbitrario-, va y viene hurgando en la carne y sangre del poema; el fuego devora en una hoja una escena y vuelve otra voz a arder en otro tiempo, donde ya no hay jaguares ni heliconias, sino trenes y autos y cigarrillos y estaciones, ¿cuál es entonces el lugar de este poema utópico o sin espacio, cuál el tiempo de este poema ucrónico y sin fechas?
“¿Quién, frente a estas aguas, pudo ver al mar que oculta el mar, descubrió las huellas de una serpiente en la arena y volvió su mirada al cielo para entender las distancias en los ojos del águila?”
Así, sin tiempo ni lugar solo reina el eterno omnipresente que parece a través del texto, querer llevarnos somnolientos de una página a otra:
– ¿Quién eres? – Me preguntas,
cuando decides subir y te das cuenta
que estamos juntos de nuevo
en la misma estación; temes equivocarte
y por ello buscas refugio en el reloj
e ignoras que el tiempo no da tregua
ni en la casa más oscura,
igual aquí”…
5. El poeta como ser vulnerable, necesitado de amor
Y es el amor quizás demasiado oculto entre los ramajes del largo poema y en los intersticios del poeta, es aquel que nos salva y nos redime, nos bendice por haber accedido al relato de los rigores y horrores del “ser humano” y con ello a la conciencia del fuego que nos propone Arteaga :
“¡Idioma de mis antepasados frente al mar de la mañana! La luz irrumpe por las cerraduras de la puerta en la habitación y sorprende a dos amantes –hermosos cada cual en el color de su piel– que unen sus cuerpos de nuevo, convencidos que la vida siempre tiene razón”
“Deja que nuestros cuerpos busquen su idioma,
en todas las formas posibles,
hasta encontrarnos. Y mientras tú gimes
y mueves la cabeza de un lado al otro,
las aves se multiplican en el cielo,
la tierra se puebla con muchachos fuertes
que han aprendido los rigores del invierno”
“Embriágate con mi juventud, energía del deseo,
posee mi cuerpo una y otra vez,
sin medir las distancias del sol
o las celosías que forman las estrellas;
porque con nuestra unión el tiempo es polvo y es olvido”
Y es solo al final de tanto incienso, de tanto carbón y de tanto fulgor, que el amor parece la única constatación cierta del poeta y con el que, -como quisiera Barba Jacob-, “el poeta se dice” más genuino y transparente, porque con su arquetipal presencia, solo el amor enciende el fuego vital del poeta verdadero:
“La vida estuvo siempre aquí y seguirá después de nosotros; el tiempo lo sabe, lo mismo que el pedazo de diamante que ignora su origen y ostenta su linaje ante las rocas”
Diego Velasco Andrade**
Septiembre 2007
* Rafael Marcelo Arteaga, 1962, licenciado en artes escénicas por la Universidad Central del Ecuador. Integró el Taller de Literatura coordinado por Miguel Donoso Pareja en los años 80. Estuvo doce años en Europa (Zürich, Roma, Atenas) y cinco en Asia, (Bali, Bangkok), donde trabajó para periódicos y revistas alternativas. En la actualidad vive en Otavalo y se desempeña como traductor independiente.
Obras: El Armador de Relojes, Amores Estériles, Viajes.
** Escritor, miembro del colectivo literario K-Oz, dirige los Talleres de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Este texto hace parte de un estudio sobre la nueva poesía ecuatoriana, de próxima aparición.
*** Todas las fotografías pertenecer al fotógrafo artista Pedro Herrera Ordóñez
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