vendredi 21 janvier 2011

SERIE UNA GENERACIÓN ABDUCIDA 9



DE ANTIPOEMAS VERDES
Y OTROS HALLAZGOS VEGETALES

Comentario al libro Antipoemas verdes
de Hernán Hermosa Mantilla

Segunda parte


Por Diego Velasco Andrade


II
Veinte poemas de horror, sin canción desesperada


En estas nuevas “odas (super) elementales” de amor, nuestro tierno antipoeta, parodiando al peor de los poetas nerudianos de entrecasa, escribe más de veinte poemas y canciones desesperadas sin objetivo previo solamente por despertar tiernos suspiros de las quinceañeras que anhela embaucar con sus arpas y bandolines poéticos; bruscos cambios de tono y perspectiva, permiten distanciar al poeta de su objeto amado y de su pretendida materia poética sensiblera. Así, el amor como una hipérbole en volanta, se convierte en paradoja sencilla y cotidiana, se deshace en pasión y quizás también en represión del orden impuesto por los amantes del horror y del fulgor romántico:

“Solo por verte,
arrendé una habitación
en el Centro Histórico de Quito,
y cuando estaba agujereando la pared,
me agarraron los municipales
por atentar al ornato”

(El tatuaje de pescadito)


“Yo no sé
si hice bien
en subirme a este tren.
Pero aquí estoy
con el boleto en la mano,
esperando
que el rato menos pensado
pueda escribir Una Canción Desesperada
y ganarme el “Neruda” de oropel.
A lo mejor,
cuando me acerque a Isla Negra,
resulte
que una varita mágica
me ha convertido en sapo”
(El convertible)


A veces el amor se muestra en su esencia tan cotidiano como subir a un bus o ir al baño; mas, parafraseando al poeta cuyo nombre no recordamos: no será el amor quien muera seremos nosotros, sus poemas amatorios demuestran que los antipoetas de oficio y los amantes del futuro lo seguirán cantando y resignificando al amor, a través de miles, cromáticas y sentenciosas maneras:

“Supe que me dejaste
cuando tus zapatos ya no estaban
bajo mi cama”

(El aniversario de los dos)

“Para que nuestro amor perdure
sería capaz
de dormir en el macetero”

(Las orquídeas dálmatas)

A esto se suma su tono epistolar, pero a diferencia de las pasionales cartas de Neruda a sus amadas, estas parecen más bien asuntos técnicos de movilidad urbana:

“Ayer te escribí
una carta de amor, pero
se me quedó en el asiento del bus
por bajarme al vuelo
dos cuadras más arriba de la parada.
¿Cómo reconstruir esos tiernos garabatos
que se llevó el colectivo?
Afortunadamente
llegué a mi casa y el baño estaba desocupado.
Me encerré con llave
y te escribí
esta confesión ridícula.
(Una carta de amor)



Así, el amor contemporáneo no espera más el arribo de una flecha de Cupido, se saben mediatizados por la tecnología y los nuevos medios de comunicación y de transporte:

“El día de tu cumpleaños
me perdí en los Llanganates,
añorando un celular a la luz de la luna.
Por fortuna
apareció “el patrón de los imposibles”,
cabalgando un corcel para llevarme al carretero”…

(El cumpleaños más frío del mundo)

“Recuerda
que cuando despiertes
yo habré partido.
No intentes llamarme al celular
porque lo tendré apagado”

(Cuando despiertes)

Incluso, hay versos neo epistolares para poner fin a una relación que se ven obstaculizados por la tecnología, por las huelgas y los cortes de carretera:

“Hoy quise mandarte al carajo
pero no encontré tu e-mail en mi compu”

(Con los churos hechos)

…“De acuerdo al libreto,
yo debía voltear la página
y mandarte violetas por Servientrega.
Pero ya ves,
sigo atrapado en el purgatorio
buscando un haz por donde escaparme”.

(Para leer en voz baja)

Y otra cosa, a contracorriente de tiernos ramos de tóxicas flores de exportación a su amada, el antipoeta demuestra su amor ecológico a través del recado medicinal de Manzanillas frescas:

“Te envío
este ramo de manzanillas frescas.
Tómalo como quieras,
como una prueba de amor,
como infusión para el cólico de gases,
o simplemente,
como flores silvestres
para la mesa del comedor”…

Algunos poemas amorosos de Hernán Hermosa en su contenido esencial, demuestran la influencia y asumen el tono epigramático de graffitis urbanos; se ofrecen al lector como artefactos de pared listos para ser usados por aquellos locos e insomnes escritores de poesía caminante:

“A veces me da miedo
que un ataque de nervios
me estrelle contra el planeta,
y los versos que te escribo
se queden sin padrino”.

(A veces me da miedo)


“Porque tú me pediste,
he borrado todas las evidencias
que me ligaban a ti.
Todas,
absolutamente todas.
A propósito, ¿cómo te llamabas?”
(Sin evidencias)

El antipoeta urbano y por desgracia enamorado, asume el espacio público como el escenario de sus idilios y no el escenario privado e intimista del poeta romántico o del modernista; así, la voz poética se encarna en cualquier joven de la esquina para quien las citas de amor son a pleno sol canicular y en medio del smog urbananícola y cualquier cruce de versos supone en sus poemas un cruce de cables o de calles:

“Te esperaré
al pie del monumento
al “soldado desconocido”.
Me encontrarás erguido,
y te sentirás orgullosa
por mi temple de anónimo patriota”

(Al pie del monumento)


“No puedo controlar la manía
de verte caminar a las tres de la tarde
en el Centro Comercial.
Seguramente ya te habrás dado cuenta
de mi persecución furtiva,
y supongo
que hasta disfrutarás con ella.
Pero soy tan tímido
que cuando te ubico en la sección revistas,
me pongo las gafas de ciego
y hago lo imposible
por verte la espalda desnuda”

(Rabo de cometa)

Los poemas se convierten entonces en publicidades que podrían servir de manera pragmática a las gentes padeciendo el amor a enviarse en postales o tarjetas de felicitación, en suma de verdadero “artefactos amatorios”, que podrían servir a cualquier usuario similar al patafísico antipoeta, aquejado por un mismo mal de amores:

“Te fui fiel
mucho antes que aparecieras en mi vida,

“cuidé tus espaldas
sin saber siquiera cuanto calzabas”.

(La versión criolla del Príncipe Azul)

“Siempre fui
un soltero empedernido,
hasta que te conocí”

(Coincidencia o casualidad)

“Me gustó el detalle
que dejaste
en la puerta de mi casa.
No importa que sea
una caja de zapatos vacía,
porque aprecio el pretexto
para reconciliarte conmigo.
Y si después de todo,
sigues creyendo
que no es amor lo que sientes;
permíteme al menos,
adoptar esta caja
para guardar mis recuerdos”
(La caja de zapatos vacía)




III
Antipoemas vegetarianos y/o
“Flores frescas para una elefanta triste”


“Soy tan desadaptado
que escondí como veinte años
mi armadura de escritor,
cuidando que mis garabatos
no se los llevara el viento”

A través de todo el libro, al antipoeta vegetal no por vejete sino por vegetariano frustrado, -como él mismo confiesa-, la veta ecológica le sale natural como un chorro de agua fresca:

"Pero ahora,
siento un instinto animal
por escribir lo que me dé la gana,
como este momento de la noche
que solo se me ocurre
escribir antipoemas verdes”.

(Antipoemas verdes)

Intuimos que este asunto ecológico y posmoderno que no podía faltar en su sumatoria de versos, fluye desde su pasado infantil en los verduzcos prados de su natal Tabacundo y sabiéndose insuflado de lo mejor de su interno tierno y animalesco, el escriba en cuestión se muestra un gran conocedor de cuanto animal, animalito o animalejo cruce, vuele o salte por su conciencia poético ambiental:

“El escarabajo estercolero
deslizó suavemente su cuerpo metálico
por encima del estiércol
que logró compactar en el potrero,
y empezó a rodarlo
con sus patas de serrucho”
(El escarabajo estercolero)

Y, sabiéndose seguidor lejano de su pariente poeta: el gran Carrera Andrade, construye como aquél en sus legendarios microgramas UN UNIVERSO, esta vez a través de una poética narrativa cargada de sensibilidad y atención a todo aquello que le rodea, en especial a los animalitos domésticos:

“Mientras el señor de los perros
duerme su siesta en el sillón de la sala,
su mascota preferida
aguarda como pantera
desde su puesto de vigilancia
en el antebrazo del amo”.

(Guardián de 4 patas)



Pero el antipoeta también convoca a toda la fauna exótica que desee desfilar en su carro alegórico de versos; entonces no hay animal que falte en su zoológico de palabras: El avestruz confundido que se creía jirafa…, Un perrito faldero, La elefanta triste, el gato en que hubiese querido reencarnarse en su próxima vida y hasta las mismísimas“lombrices de agua puerca /que se estiran y se encogen/ sin que nadie las acose” , sin dejar de hablar del gato bíblico, que observó atónito los entretelones de La Última Cena.

“Yo salí de mi escondite, en quema,
y antes que apareciera el poeta de levita
a leer sus versos de bostezo,
ofrecí flores frescas en el corral
a una elefanta triste”

(Flores frescas para una elefanta triste)

“Me iré a Sangolquí
y compraré una gata de segunda mano
que me ronronee
cada vez que yo acaricie su lomo”

(Si ya no quieres quererme)

La manera de integrar toda esta noble fauna poética en sus versos es a través de convertirse en un nuevo Esopo andino ecuatorial, fabulador de micro cuentos alegóricos, que sin interés didáctico aparente, enseñan sin embargo, a quien sepa mirar más allá de sus narices, que las historias de “un poeta a secas” habitan en lo cotidiano; en lo mágico y vital, en la inagotable riqueza de la existencia del presente, en la “maestra vida” que a la mayoría de los mortales, no al antipoeta, se le escapa día a día como mariposas invisibles de las manos:

“Nadie supo cómo vino
el polluelo de avestruz a la granja de alado,
pero llegó a sentirse como parte de la familia.

… su confusión era tal,
que por momentos también se creía jirafa,
comiéndose los geranios de las ventanas.

(El avestruz confundido)


…Cierto día,
un perro desconocido entró a mi casa
buscando comida”…

(El perro faldero)



Sin embargo, las salidas del poema vinculado a las especies de su Arca Poética, por tratar temas sensibles pero reales, algunos sangrientos, se proponen abiertas, polisémicas, participativas, evitando para un lector sensible una explicación triste o definitiva de la historia narrada, de ahí desprendemos el delicado trabajo de orfebre o de cirujano ecológico o de mago con bisturí, que bien quisiera la Sociedad Protectora de animales o el mismísimo Comité de Damas Antitaurinas de estas gloriosas tierras equinocciales:

“El pelicano del ala rota
camina por el asfalto del ardiente malecón,
ensayando graznidos de defensa
cada vez que los turistas bebes
acechan con piedrecillas.
Hoy ha sido su día de mala suerte,
no solo por el garrotazo del pescador
que lo dejó sin ala,
sino que
hasta los perros tiernos
interfieren su huída,
con ladridos de fastidio”

(El pelícano del ala rota)



Diego Velasco Andrade
Kitu, tierra de la mitad, agosto 2010

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