10 POETAS ECUATORIANOS DE LOS 90
NACIDOS EN LOS 60
(III)
GALO TORRES, Cuenca 1962
Poeta y traductor. Formó parte del Taller de Literatura del Banco Central, Sucursal Cuenca. Ha traducido del francés al español “Elogio de la nada” del poeta Christian Bobin; el ensayo Francis Bacon, de Gilles Delueze, y Cuadernos de Saorge del poeta francés Charles Juliet. En 1996 obtuvo Mención Única en el Segundo Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade. Textos suyos se han publicado en las revistas Eskeletra, Cuaderna vía y Línea imaginaria. A partir de 1988 mantiene una columna de crítica de cine en el diario El Mercurio de su ciudad natal.
Bibliografía:
Cuadernos de Sonajería (Cuenca, 1999).
Sierra Songs (2003, Casa de la Cultura Ecuatoriana)
Y camina con tanta gracia sobre la acera
que en cada calle se cosecha el eco de sus pisadas.
Ella, que odia las jaulas pero ama los anillos.
A veces se equivoca y tropieza con las cosas
pero al final se reconcilian y la saludan moviendo sus patas.
Ella, que es tout feu, tout flamme
y que dice obscenidades cuando ama.
Que es capaz de enamorarse por un día de otro hombre
y que no duerme cuando
adivina mi deseo por su hermana.
Ella, que odia las películas de terror
pero se conmueve con los monstruos del cine mudo.
Que tiene la manos pequeñas —pero como dijo el profeta:
son las únicas que tocarán el cielo—.
Y con qué paciencia cultiva los lugares,
les hace un hoyo y siembra el nombre de sus hijas.
Con qué dicha permite que el mundo la invada,
la lluvia, los cereales, los noticieros, mi sexo.
Ella, que odia las despedidas pero ama los muelles,
que no absuelve a este impenitente idólatra de caderas
Ella, que tanto ama las canciones de Sinatra
y los nombres de los cantantes de jazz,
sabe que si me fuera dado volverla a elegir
dudaría.
EL CUERPO ES UNA PÁGINA
CÓMPLICE DE LA MIRADA
a Cardoso
Cuando visites un cuerpo, lee sus pliegues.
Descubrirás entonces que ombligos,
talones y muslos son escrituras.
Por ejemplo, hay pechos escritos en caracteres babilónicos,
los únicos capaces de amamantar a toda mi tribu.
Y sabrás que hay vientres nubiles, de temblorosa caligrafía,
volátiles canciones de moda.
Y rodillas, rodillas como libros sagrados,
abiertos para ser leídos con devoción e incienso.
Y labios, labios de frase tan discreta
como los rótulos de una película muda.
Y caderas, caderas escritas en tono mayor,
aquel en el que se escriben todas las elegías.
Y también mejillas, mejillas de tan plácida lectura
como la poesía china de la dinastía Tang.
Y cabellos como una estela de trazos arábigos
entre las que ella asoma como una manzana en un sueño.
Pero ¡ay!, están los ojos crípticos,
los impenetrables codos de vocación barroca,
aquellas manos que se enroscan en su metáfora,
y son como un breve verso gongorino
cuya clave aún no encuentran los hombres.
IMAGEN CONGELADA
hundiéndome en una pura y dura extinción
D. H. LAWRENCE
Desde el principio yo verbo, contracción, flujo.
Arteria vertical. Acción. Imágenes. Reflujo.
Un hilo de sangre bautizado con un nombre.
¡Pero basta! Hoy, ahora, cierro mis venas y
retorno, regreso a las cosas, al agua y su edad coagulada.
Quiero por un tiempo
entrar en el sueño como fósil que duerme en la caliza.
Pido un retiro de cuarenta edades a mi desierto.
Reclamó para mi carne la dura piel del carbón
y para mi ojo la quieta mirada de un santo de yeso.
Que mi mano sea el ocioso péndulo de un antiguo reloj
y olvide su vocación de llave, caricia y cincel.
Que mi espejo me devuelva
la inmovilidad colorida y apacible
que tienen los retratos pintados en el Renacimiento,
-con un tipo de muerte que no es muerte-,
una latencia sin vocales, cadencias ni prodigios.
Que mi cabeza regrese al umbral de mi primer latido
y deje de ser esta bala que rebota entre vigas y atardeceres.
Que mi pie se reconozca pariente del té, del pozo y el árbol,
y abandone el tráfico, las aglomeraciones y los puentes.
Huyo de las flores que crecen en la boca de las sopranos
y entrego mi mano al aromado cieno en que duerme el pantano
—esa contenida y movediza muerte—.
Abandono tus recetas, tu almohada, tu campo de carne
y me congelo al borde mismo del minuto señalado para mi muerte.
Quiero, por un instante infinito, la intacta y pura serenidad
de un príncipe del incario que contemplara su funeral.
Imágenes del escritor y fotógrafo Pedro Herrera Ordónez
Continuará...
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