mercredi 3 décembre 2008

SON DEMOLICIÓN...3

VALERY ROSERO



CUANDO DUELE LA LLUVIA, SON DÍAS DE ALIMENTAR
LOS VERDES COLORES DE LA TIERRA

Poética de la realidad diversa y cotidiana, digamos que su propuesta hace parte de la eterna lucha entre el "arte oficial" y el arte "ingenuo"; entre lo "postmoderno" y lo "tradicional"; entre lo "culto" y lo "popular"; entre lo "hegemónico" y lo "subalterno"; o más claro, de la puesta en escena del imaginario popular en el mundo de las elites adoradoras del canon.

Hace parte sin quererlo de la saga de los Félix Valencia, de los Héctor Cisneros, Bruno Pino, Manuel Miranda, Pedro Moreno, Miguel Jara y tantos otros anónimos poetas caminantes que no buscaron sus motivos allende los mares, en lejanas y exóticas islas, sino más bien en los mismísimos islotes urbanos, en donde se pone en escena el propio fantasma urbano, tan oculto para el artista pretendidamente "culto", con su poética de salsa rusa y caviar.



CUANDO DUELE LA LLUVIA, SON DÍAS DE ALIMENTAR
LOS VERDES COLORES DE LA TIERRA,

Es el poeta que no olvida que el arte se halla en la realidad multiforme, caleidoscópica e híbrida de las cebollas diarias y guarda algo del sabor a Terra Nostra, del que nos hablan las coplas de nuestra poética popular; mas, cuando asume la Terra Nostra, no lo hace como ayer lo hicieron otros desde una perspectiva política, indigenista, o pretendidamente social; lo hace desde una necesidad básicamente subjetiva y personal, con la voz de un amoroso abandonado, de un sociólogo desencontrado, de un poema en busca de su dueño.

EL POETA NO COLECCIONA NADA
ESTÁ LLENO CON LO QUE IMAGINA


Porque además Valery nos lleva a jugar en esas ruletas verbales que nos recuerdan su infancia en la plaza de San Francisco, en la calle Bolívar o a su vecindad con el Panóptico en la casa en donde creció; a su niñez absorta en los juegos que se murieron junto con sus ruleteros y que hoy otros niños y jóvenes electrónicos ya no disfrutan más. Y él como buen sobreviviente de los ángeles cristianos de su niñez; gira la rueda de los verbos avisando a cada lector potencial que en cada esquina del mundo nos acecha la Muerte, como única y objetiva verdad.

SOBRE EL TIGRIS YACEN 365 CORAZONES Y EL MÍO

Sus juegos de sintagmas irregulares y sus vocales titilantes se impregnan en la blusa de algún transeúnte amargo o en las gafas de algún gay paseante, o en las alforjas de algún mercado de pulgas lleno de clavos o monedas; en callejuelas de vírgenes y prostitutas, o vendedoras de flores, sortilegios o inciensos; es un verso heterogéneo y vital no encasillado, ni encasillable; es aquel de un poeta juglar que escribe en libretas y lee sus poemas en el trole; la confirmación del poeta como un transeúnte y sobretodo : un escupitajo en el ojo del poeta carvajalino, solemne, canónico y pretendidamente virginal,

EL POETA NO COLECCIONA NADA
ESTÁ LLENO CON LO QUE IMAGINA

Después de leer su libro estamos claros que él ha vivido como nosotros en la época de la paradoja, la época de las mayorías excluidas y expoliadas en exclusas que pujando por sobrevivir, se embarcaron un día en un bote hacia la patria planeta de todos, al vaivén de las Corrientes del Niño y del Azar, en donde el pudo comprobar que
EN EL MAR YACEN CUERPOS BELLOS DE SIRENAS
OLVIDADAS POR CICLOPES TERRESTRES.


Con sus versos patojos nos situamos en la poética de la diversidad o mejor dicho de la biodiversidad, en la humana y natural paradoja de un mundo de desarraigo social y subjetivo, en donde el poeta humanizado busca aferrarse a sus raíces con una nueva herramienta prosaica y terrenal, porque de aquella poética escrita con la nariz respingona, a la escrita con el corazón pedestre, quién sino el poeta humano para ahuyentar nuestros fantasmas, miedos y angustias personales nuestros inquietos Viracochas y Prometeos encadenados en estos tiempos, a nuevos fines de mundo o quizás al calentamiento global.

Por eso Valerio nos tiende un libro de poemas como un mensaje en la botella hacia el mar; como un veterano ex revolucionario sin revolución, como un escritor ex migrante y cargador de frutas en España, como un erudito conferencista sobre faenas de pobres reses esperando despostar, en suma como un poeta náufrago que a inicios de siglo se atreve a decir a voz en cuello, que anda buscando un dueño y un sueño de poética, voluntaria y natural, simplicidad...


Diego Velasco Andrade

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