mercredi 17 septembre 2008

10/60/90 FIGURA IMPERFECTA 4

10 POETAS ECUATORIANOS DE LOS 90
NACIDOS EN LOS 60s


Marcelo Arteaga, (Atuntaqui, 1962)
Licenciatura en Artes Escénicas por la Universidad Central del Ecuador. Estuvo doce años en Europa (Zürich, Roma, Atenas) y cinco en Asia, (Bali, Bangkok), donde trabajó para periódicos y revistas alternativas. En la actualidad vive en Otavalo y se desempeña como traductor independiente.

Libros: El Armador de Relojes (1995), Amores estériles (2004), Viajes (2005), Líneas de Fuego (2006)



De El Armador de Relojes, 1995


EL CIEGO


No tiene perro ni hija que le guíen.
Llega a la ciudad palpando las murallas
tras la fragancia del pan recién sacado del horno.
Todos allí le conocen: cantará el fragmento
de un poema a cambio del hambre;
pues él sabe que en el pan
y en el canto están los dioses.


LAS AVES, ACTO II


Cuando Aristófanes se dio cuenta
de que sus dioses eran demasiado ingenuos
como para tomarles en serio, empezó a escribir
cubriendo su rostro con una máscara,
a fin de que ellos no se fijen en él.

No buscó en los festivales su sitio de privilegio
junto a Sófocles, a Eurípides, o al mismo Esquilo,
tan venerado como Homero,
sino mas bien un banco simple junto a la plebe,
en esos días cuando los dioses
bajaban al mundo disfrazados de griegos.

Será por ello que en nuestros días,
al representar sus obras, los actores encontramos
una máscara -sonriente y mordaz-
abandonada en algún sitio del teatro;
la misma máscara que el sátiro
olvidó en sus andanzas por la tierra.



De: Amores Estériles


NOCIÓN


Cada uno tiene su noción del tiempo,
lo que consideramos definitivo
mantiene aún su principio de expansión,
igual que una estrella que no logra saltar al vacío
y está detenida en la infinidad de probabilidades;
lo que miramos a través de las ventanas
es un arquetipo en los ojos
evadiendo cada segundo el final:
el eje roto del tiempo.




LA MAGIA DEL POEMA


Mis malas noches con un libro en las manos
son las mismas del Dios,
convertido en agua o en bestia,
prisionero del laberinto.

La ciudad me entrega cada mañana
sus hijos primogénitos, las mujeres
en los dominios del placer
para calmar mi cólera
e ignora que mis ojos no duermen,
que la sangre en mis labios
renueva mi energía.

La magia del poema consiste
en liberar al centauro.

Y en ese empeño no hay nombres ni reloj.

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