Y LAS JAURIAS LITERARIAS
parte 1
Por CARLOS POSSO CEVALLOS*
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Al llegar a los Estados Unidos Freud pronunció: “ellos no saben que les traigo la peste”, a sabiendas de que su obra golpeaba a todo el andamiaje de la institución social. La afirmación de Freud parece resonar, aunque, por lo pronto, como un murmullo en ciertas voces de los actuales grupos literarios del Ecuador.
Son pocos los que se han percatado de las enfermedades del mundo y más específicamente, de esa especie de fabricación social del individuo. De estos “males” nos intenta dar cuenta la teoría social contemporánea. Pero ha sido la literatura, quien ha propiciado el pensar y sentir, con una insistencia que bordea el morbo, de la condición del individuo psíquico y social. Sólo recordemos a los grandes escritores rusos que, además de indagar implacablemente el corazón del hombre ruso de su tiempo, nos han dejado la más admirable pintura de su sociedad Para bien y para mal, el escritor sin poses testimonia la realidad que ha sufrido y mamado. Y es de una realidad cincelada por los grandes objetivos de la Modernidad de la que se preocupa recurrentemente –queriéndolo o no- gran parte de la poesía y narrativa contemporánea llegada desde cuerpos literarios específicos. Quizá estas preocupaciones que bordean lo “no dicho”, que no figuran en los manifiestos dan cuenta, nuevamente, del porque de la formación de los grupos literarios de hoy.
Aunque claro, el cuestionamiento –desde la Literatura- de las representaciones socialmente instituidas, de lo que Bacon llamaba los idola tribus no es privativo de las generaciones recientes. Sin embargo, es evidente, también, que estamos asistiendo a una radicalización del proyecto moderno y eso, sin duda, es el pábulo para el nacimiento de múltiples “sensoriums” que responden a nuevos conflictos. No se trata simplemente del cacareado “descentramiento posmoderno”, sino de la posibilidad, aunque esquiva, de materializar la ruptura, como a puesto de manifiesto Castoriadis,[1] del pensamiento con la funcionalidad, es decir la posibilidad de individuos para los cuales sea psíquicamente posible poner en cuestión tanto los fundamentos del orden social como los de su propio pensamiento, es decir de su propia identidad. Nos encontramos entonces, o es lo que esperamos, con espacios literarios que han encontrado nuevas pistas que ya no se asientan únicamente en el ponderado compromiso de la Literatura con lo social.
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Y esta no es más que una de las máscaras – en el sentido que Goffman le asigna al término- que nos asiste. Sin héroes y apeándose de los pedestales determinadas voces de los así llamados grupos literarios humorizan, por momentos, sobre una lógica prometeica de la vida que ha situado al éxito y el progreso como la receta para una existencia plena y justificada. Y es que, en este régimen de temporalidad implantado, como ha evidenciado Sombart , no hay cabida para la ociosidad, para la holganza, puesto que incluso éstas son objeto de una reprobación en términos morales. Por expresarlo al modo de Foucault, la racionalidad política moderna ha construido un modo de objetivación del sujeto acorde a los trazos por ella diseñados.
La directriz histórica alentada por la modernidad provoca, diciéndolo en terminología habermasiana, un desaclopamiento de sistema y mundo de la vida que induce agudas patologías sociales en la escena cotidiana. De manera sintética, conduce a una absoluta objetivación de la persona, a una mercantilización que coloniza las subjetividades sociales. Lukács, influenciado por Weber, había conceptualizado este fenómeno bajo la conocida catalogación de cosificación. A su juicio, la racionalización que acompaña al desarrollo de la modernidad genera una completa desfiguración de la persona.
En efecto, la modernidad puede ejercer un régimen coactivo sobre el individuo, pero, sin embargo, difícilmente puede constreñir el ámbito de la imaginación. El ser humano levanta, así, una trascendencia de su realidad, una transfiguración fantasiosa del mundo que constituye un espontáneo exorcismo de su cotidianidad. De alguna manera, tras este deseo de alteridad se esconde un ansia por eternizarse en lo proxémico. Pero, al mismo tiempo, hay un intento de recuperación de la infancia, del aspecto onírico de la existencia que es abortado en el mundo moderno, pero que, sin embargo, pervive siempre en estado latente. Bachelard, cuando se refiere a lo imaginario, habla de una infancia que supervive en todos los hombres, de la evocación que se encarna en la libertad de la poesía. De esta libertad, de este intento tierno por enfrentarse con el mundo nos percatamos en ocasiones, pero sólo en ciertos casos, cundo registramos la condición de los grupos literarios.
Logotipo de la revista y Taller La Mosca Zumba en los 80s
Sin embargo, los peligros son muchos y están latentes en esas mismas asociaciones de literatos. La reflexión y el análisis serio parecen escasear. No es difícil, por ejemplo, encontrarnos con manifiestos panfletarios y cursis que proclaman a la literatura “como el último territorio que nos queda en este mundo de alienaciones”, lo cual demuestra que la estupidez es un atributo intergeneracional. Pero lo más difícil de entender es que, mientras por un lado se despotrica en contra del canon y se alardea con retirar a la literatura –y en general a las artes- del pedestal en el que se encuentra, por otro lado, se sigue asumiendo al escriba como un ser especial, dotado de ciertas condiciones y sensibilidades que lo ubican por sobre el promedio humano. Se sigue pensando en la cultura como una agenda compuesta por lanzamiento de libros, recitales, conciertos de cámara, cóctel de zafios e ilustrados de última hora, en fin.
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De ahí que me parezca pretensioso y pedante estas dos palabras: “grupos literarios”. Sería más interesante pensar en espacios abiertos, con un horizonte amplio de lo que significa la cultura o culturas, donde se asuma a ésta como un “conjunto de fenómenos que contribuyen, mediante la representación o reelaboración simbólica de las estructuras materiales a comprender, reproducir o transformar el sistema social” (Canclini).
Notas
[1] Castoriadis Cornelius, “Ontología de la Creación”, Ensayo Error, Bogotá, 1997, págs. 204-205
2 Algunas ideas que en los siguientes párrafos se proponen sobre los grupos literarios han tomado cuerpo gracias a la intervención (textos y entusiastas pláticas) de mi amigo y escritor Alexis Zaldumbide.
Carlos Posso Cevallos. Ibarra, 1981. Es egresado de Comunicación Social en la Universidad Central del Ecuador y ha hecho estudios de cine en Argentina. Integró los Talleres Literarios de la CCE y ha publicado cuentos en su selección narrativa LUZ LATERAL. Este texto fue presentando en el primer encuentro de grupos y talleres literarios Alfonso Chávez Jara, en Riobamba.
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